Haberlos, haylos… y seguirá habiéndolos

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José Antonio Orega

Una cosa es la elección directa de alcaldes y otra la elección directa de una mayoría para gobernar, que es lo que se proponen con su anunciada reforma el Ejecutivo de Rajoy y el Partido Popular. La elección de alcalde y la elección de una mayoría para gobernar son cosas distintas, aunque no lo parezcan. Lo que no se puede permitir es que un grupo político con un 30 ó un 25 por ciento de los votos rija los destinos de un pueblo durante cuatro años y, encima, no haya posibilidad alguna de cambio, por muchas barbaridades que cometa.

Para solventar el problema del transfuguismo y otras lacras del sistema que afectan a la constitución y funcionamiento de las corporaciones locales no es necesario cambiar al completo las reglas del juego. La democracia es sinónimo de pluralismo y el pluralismo exige negociación, acuerdos, entendimiento. ¿Que tiene defectos? ¿Que se realizan pactos contra natura? De acuerdo. Ninguna institución humana es perfecta. Ni siquiera la Santa Madre Iglesia Católica y apostólica. ¿Que hay que hacer cambios en la ley electoral? Por supuesto, nadie lo duda. Aunque tampoco hay que confundir a la ciudadanía contándole las milongas que se le cuentan. Los cambios en la ley electoral no son ninguna panacea.

Por ejemplo, se habla mucho de listas abiertas para que los electores puedan decidir libremente a qué candidatos de las mismas apoyan y a quienes no. Pero resulta que en los países en los que se emplea dicha fórmula la experiencia demuestra que la mayoría de la gente al final no hace uso de la opción que se le ofrece y vota como si las listas estuvieran cerradas y bloqueadas. Podría decirse incluso que sin mirar siquiera la papeleta que el partido de turno envía a su domicilio para que cumpla con el derecho al sufragio el día de la cita con las urnas. De hecho, la elección para el Senado en España funciona más o menos de ese modo y ya sabemos qué es lo que ocurre.

Yo creo, y en tales términos me he manifestado en más de una ocasión, que nuestros Ayuntamientos ya adolecen de un excesivo presidencialismo. El que, queriendo o sin querer, ejercen sus alcaldes-presidentes. Unos con más, otros con menos y algunos hasta sin tino. O apenas el mínimo que debería exigírseles. Tanto es así que hacen y deshacen a su antojo, gobiernan a base de decreto, contratan a dedo, adjudican obras menores cómo y a quién les viene en gana y, cuando se perpetúan en el cargo, convierten sus municipios en pequeños reinos despóticos o en pequeñas repúblicas que bien podrían tildarse de bananeras, si no de algo aún peor. De manera que la elección directa tal y como parece que la está planteando el PP, en mi opinión, sólo serviría para apuntalar los defectos mencionados y otros de similar naturaleza.

No estimo que pueda considerarse regeneración democrática modificar la ley electoral para reducir en lugar de ampliar la representatividad de las instituciones cuando lo que los ciudadanos están pidiendo es precisamente todo lo contrario. Esto es, disponer de más cauces de participación en la vida pública de los municipios donde residen. Contar no sólo con la potestad para hacerse oír a través de quienes les representan, es decir, los ediles a los que han votado, y expresar su desacuerdo, cuando lo deseen, con la gestión de quienes les gobiernan. Sino también, y sobre todo, tener la posibilidad, como señalaba al principio, de echar del sillón de la alcaldía a quien no merece ocuparlo y del gobierno de su vecindad a quien es inepto, incompetente, corrupto, sinvergüenza o simplemente necio. Pues, aunque se olvide, ineptos, incompetentes, corruptos, sinvergüenzas o simplemente necios, haberlos, haylos. Y, además, lo malo es que seguirá habiéndolos.

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