Pocos sabrán que el gran divulgador, investigador y polifacético Jacques-Yves Cousteau estuvo unido a nuestro Estrecho de Gibraltar a lo largo de su vida y actividad científica y divulgativa sobre la conservación ambiental del mar y todas sus extraordinarias formas de vida.
Cousteau conoció por primera vez el Estrecho con motivo de la II Guerra Mundial. Tras ingresar en la Academia Naval Francesa en 1930 y convertirse en oficial de artillería, fue nombrado comandante de la base naval francesa de Shangai (China), el 24 de septiembre de 1940, justo cuando la fuerza aérea de Vichy enviaba al Estrecho 74 bombarderos Loiré y Olivier Leo 45, para bombardear Gibraltar, precipitando con ello el ingreso de Francia en la II Guerra Mundial. Por entonces, Cousteau tuvo ocasión de cruzar en varias ocasiones el Estrecho, que en aquellos tiempos se había convertido en un punto estratégico para todas las naciones en guerra.
Durante su estancia en Oriente, Cousteau avivó su afición innata por el fondo del mar con unas pioneras filmaciones y los primeros ensayos con un prototipo de equipo de hombre-rana, que se materializaron en un primer documental sobre el mundo submarino, estrenado en el París en 1943, durante la ocupación alemana. En aquellos tiempos revueltos, Cousteau se refugió con su familia cerca de Suiza, en la fronteriza ciudad de Megreve, donde conocería al ingeniero Emile Gagnan, con el que llevaría a cabo numerosos inventos, como los tubos de snorkel, trajes submarinos, aparatos de respiración o el traje de buceo autónomo o Aqualung (actual SCUBA), con el que Cousteau establecería un récord mundial de buceo libre en 1947, alcanzando una profundidad de 300 pies (90 metros).
La segunda ocasión que el Estrecho atrajo la atención de Cousteau fue por motivos laborales y de investigación. En 1948 se le encargó al comandante la remoción de minas dispersas, el rescate de armamento y la exploración submarina de la Cuenca Mediterránea, realizando una primera campaña en el Mediterráneo Occidental a bordo de la balandra Élie Monnier. Al cruzar el Estrecho, Cousteau quedó admirado de los enormes bandos de delfines que seguían su buque en rumbo fijo. Fue entonces cuando el investigador concluyó que los cetáceos poseían una especie de sonar interno, similar al que comenzaba a instalarse en los submarinos de entonces. Estas impresiones, y la abundancia de cetáceos en el Estrecho, las inmortalizó Cousteau en su primer libro, el “Mundo del Silencio” (1953).
Tras adquirir en 1948 un antiguo dragaminas, el famoso Calypso, Cousteau llevo a cabo hasta 10 misiones científicas en el Mediterráneo, tanto divulgativas y exploradoras, como de naturaleza hidrológica, geológica, biológica y sismológica. Durante 1950 filmó los fondos de corales y gorgonias del Estrecho y Mar de Alborán, antes de viajar a uno de sus lugares favoritos, el Mar Rojo. Comenzaba así una carrera de divulgación ambiental que llevaría al comandante Cousteau a recorrer y explorar todos los mares y océanos del mundo, realizando más de 120 documentales que nos descubrirían todo un mundo desconocido, velado a los ojos de los que respiramos en la tierra firme. En 1958 Cousteau investigó los fondos más profundos del Estrecho con sus mini submarinos o platillos de buceo, investigando sobre la picnoclina y el flujo de corrientes entre el Mediterráneo y Atlántico, así como sobre la tasa de reciclaje de la cuenca mediterránea, que ocurre una vez cada noventa años; una tasa que es demasiado lenta para limpiar de residuos las aguas marinas. Fascinado por la fauna marina del Estrecho, Cousteau filmó varios documentales, descubriendo los bosques profundos de laminariales del Mar de Alborán que se extienden hasta la Isla de Tarifa, y realizando estudios sobre los delfines, las focas monje y otras especies, como las ascidias – Pérès (1959).
De 1960 a 1964, la OTAN financió una serie de expediciones centradas en investigar los principales factores que podrían ayudar a predecir el comportamiento de las corrientes en el Estrecho, y la posibilidad de instalación de tendidos eléctricos submarinos y gaseoductos, en las que participó también el Calypso. A finales de los años sesenta Cousteau vuelve a filmar en el Estrecho, a propósito de la famosa serie “Mundo Submarino”, donde ya llama la atención sobre la contaminación, la sobrepesca y la escasez de peces. Fondeado en Tánger, el comandante exploró los fondos del Estrecho, cerciorándose de los abundantes pecios hundidos. En las zonas más profundas usó sus conocidos batiscafos, que le habían servido en Mahdia (Tunez) para descubrir el naufragio de una galera romana. El comandante, con los primeros pecios descubiertos, abría así el camino a la actual arqueología submarina.
Cousteau era también un apasionado por la Historia, y de hecho el Estrecho le atraía tanto por su riqueza biológica como por su patrimonio histórico sumergido. Buceó y exploró los fondos marinos desde el Mar de Alborán hasta la Ensenada de Bolonia, en busca de restos arqueológicos y respuestas, muy influenciado por los autores clásicos, que ubicaban en las aguas del Estrecho el emplazamiento de la bíblica Tarsis, la Atlántida de Platón y los ecos de la misteriosa civilización minoica, descubierta por Arthur Evans.
Quizás uno de los momentos más tristes en los que Cousteau cruzó el Estrecho de vuelta a Mónaco fue en julio de 1979. El Calypso había llevado a cabo una expedición en el Norte de África, y cuando se encontraba en las Islas Azores, Cousteau recibió una de las noticias más duras de su vida, su segundo hijo, Philippe Cousteau, se había matado en un accidente de hidroavión sobrevolando el río Tajo, muy cerca de Lisboa. El ecologismo de su hijo y el deterioro de los mares hicieron que Cousteau apostase por la conservación de los océanos. A partir de los años 80 hasta su muerte, Cousteau se dedicó a publicar memorables libros e impartir conferencias sobre los daños que sufrían los ecosistemas marinos. Fue el artífice de la llamada “Carta de Derechos de las Generaciones Futuras” (1979) y el impulsor de la protección internacional de la Antártida, a través del Tratado Antártico.
No sólo ayudó Cousteau a la protección de las ballenas y los mares, sino que también fue pionero en concienciar sobre la conservación del medio marino y la apuesta por las energías limpias y renovables. Así en 1980 creó un moderno barco con una sola vela giratoria de metal, propulsado por el viento (Turbovoile), que nuevamente probó en aguas del Estrecho, navegando de Tánger a Nueva York.
En un medio líquido extraño al hombre, en ese mundo sin sol, de fecundos universos y silencio infinito, Cousteau se convirtió en un poeta de la realidad inaccesible. Me pregunto qué podría decir hoy el Comandante de nuestro Estrecho, que tanto amó, asediado por plásticos, buques, especies invasoras y contaminantes de toda índole; donde ya no se escucha la canción del delfín y los ecosistemas están a un paso del colapso.
En el puente del famoso barco Calypso existe una placa de bronce grabada con unas palabras que se han convertido en símbolo de la exploración submarina: “Il faut aller voir – Debemos ir a ver”.
“El hombre lleva el peso de la gravedad en sus hombros. Sólo tiene que bajar al fondo del mar para sentirse libre”.
Jacques-Yves Cousteau.
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