NOVENA PROVINCIA

La libertad y lo importante

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Un buen día, la edad pone en equilibrio lo que es importante y lo que es urgente. Y ese día te relajas. Ese día empieza la vida. Es la segunda epifanía.

Y llegado ese momento, en el que el cuerpo te pide decir siempre lo que piensas. Ya, no sé si será el cuerpo, o la mente, el espíritu, el alma, o lo que sea. El caso es que llegas a una edad en que no es que pierdas diplomacia, o mano izquierda, o cortesía. No. Es otra cosa.

Es la absoluta conciencia de que todo eso en dosis inadecuadas, no saber decir no cuando es absolutamente no, en puridad, es ser deshonesto contigo, con los demás, con el mundo. De modo que aprendes, a marchas forzadas, pero aprendes, a llamar a las cosas por su nombre sin perder la educación. Supongo que ese proceso tiene mucho que ver con la maduración total, y me alegro, porque alguna satisfacción tenía que tener seguir cumpliendo años, al margen de esa experiencia que uno esgrime siempre como otra cortesía más.

Los mayores, dicen, que están presos de la edad, y que gozan de una libertad inusual en sus vidas y que otros quisieran tener. Algunos se refugian en que han perdido la cabeza, dicen. Y no es verdad. La libertad de la edad consiste en poder llamar por fin a las cosas por su verdadero nombre sin andar con el cuidado incompatible de no herir sensibilidades allá donde ni te preguntaron.

Esa libertad expresiva no solo consiste en no tener ya nada que perder sino en la profunda certidumbre de que ningún paño caliente a las verdades del barquero beneficia a la larga a nadie, que más vale una vez colorado que ciento amarillos, que hay que desacostumbrar a los demás a que les digamos las medias verdades que quieren escuchar. Y ese aprendizaje individual también debería ser un aprendizaje social, una dinámica de grupo, que se dice ahora.

Ese gusto de la libertad, incluso la estética, no tiene precio. La de diario. Esa que habla de nosotros. La Real. Somos lo que somos, echando la basura en el contenedor, yendo a la compra o tomando café.

Unos años atrás nos hubiese preocupado el haber hecho una cosa u otra. Hoy el orden lo deciden los propios impulsos y lo que te apetece hacer en determinado momento.

La verdad es que yo ya soy de esos que aparecen en el relax del “me da igual”.

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