La Mano Invisible y el fantasma de la Realpolitik, por J. A. Ortega


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La paciencia tiene sus límites y la del común de la ciudadanía, en diferentes grados, dependiendo de los lugares en que resida, también, aunque a veces parezca que es infinita. Por eso hasta hubo una Toma de la Bastilla, aparte de las revoluciones que luego se sucedieron. Así que como nos sigan tocando los mismos como ya nos los están tocando desde un tiempo a esta parte, por no decir, en realidad, desde siempre, vamos a tener que dar un puñetacillo en la mesa y decir: señores, hasta aquí llegamos, sino lo hace los que deberían, que son quienes nos representan. Ya vale de plegarse sin rechistar a la tiranía de los mercados. Va siendo hora de plantarle cara a los que reparten el bacalao. Menos reformas en el ámbito de lo laboral y en el de las pensiones y más regulación, vigilancia y control en la zona en la que se mueven los hilos, ya se sabe, la del gran capital, que dirían los neomarxistas y sus adláteres. Que los que organizan, arbitran y supervisan el juego, al que puede equipararse la economía mundial, sometan sus decisiones a las necesidades de las sociedades y de sus gentes y no al revés, ¡cojones!, que es justo lo que ahora está ocurriendo, bueno, lo que viene ocurriendo… qué sé yo desde cuándo, quizá desde que nació la bolsa de Amsterdam, si no la de Amberes, o tal vez desde que se empezó a diferenciar entre ricos y pobres… Una eternidad en cualquier caso. Carecemos del espacio necesario para detenernos en ese matiz, lo que no significa que no tenga su importancia…

La vida, suelo decirlo a menudo, es como el Texas Hold’em, póker que ahora, por cierto, está muy de moda, dudo que de modo casual e inocente. Una gran partida en la que, independientemente de posibles amaños, ganar o perder no es tanto cuestión de la decisión que se tome con las dos cartas que correspondan de inicio como del hecho de que en el flop, en el turn y en el river, la suerte acompañe, por mucho que nos quieran hacer creer los que se empeñan en que juguemos, cuanto más mejor, para sacarnos los cuartos. O, lo que es lo mismo, en un 80 ó un 90 por ciento el curso de la existencia humana depende del azar, que nada tiene que ver con la voluntad de Dios, y en un 20 ó un 10, de lo que pensemos y hagamos.

Maldita sea, estamos siendo gobernados por una Mano Invisible, no precisamente la de Smith, y un fantasma llamado Realpolitik. Toda una entidad que nos trasciende, que se sitúa por encima de los estados, los superestados y los supraestados, una especie de autoridad mundial, pero no como aquella por la que abogó Einstein en su defensa del pacifismo, sino un gobierno siniestro y en la sombra al que todos los demás gobiernos, en virtud de la economía y la geoestrategia, se supeditan, como se supeditan los más elementales valores y principios democráticos, empeñado en que confundamos el interés particular con el general, y viceversa. Lo que explica que se rescaten bancos en lugar de pueblos, por ejemplo, y que pase lo que está pasando en el antiguo Sáhara español, Palestina, Chechenia y otros tantos sitios olvidados del planeta.

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