Las razones de Andalucía, contra los ataques de políticos de CiU, por A. Pérez

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Los dirigentes nacionalistas catalanes Artur Mas y Durán Lleida, como decimos por aquí, se están luciendo. El primero declaró en el Parlament, a la hora de defender la inmersión del idioma catalán, que a los niños andaluces y gallegos no se les entendía al hablar castellano. El segundo habló de las comunidades subsidiadas en el campo. Para herir aún más, unos días después, durante un acto de CiU, se despachó claramente, diciendo que los campesinos andaluces son subvencionados mientras se pasan la jornada en el bar. Respondía, según afirmaba en sus discurso a las “chulerías” de la consejera andaluza de Bienestar Social quien, con poca fortuna y en clave electoralista, había manifestado que mientras en Cataluña se cierran residencias de mayores, en Andalucía se abrían otras nuevas.

Aunque no es nada nuevo, este tipo de ataques a Andalucía arrecian ahora cuando la Generalitat mantiene un pulso con el Gobierno central para obtener un concierto económico especial. Es el discurso de la Cataluña esquilmada por el resto, obligada a todo tipo de recortes debido a que el dinero catalán va a otras regiones. Una forma de oponer al ciudadano de esta comunidad a las del resto de España. Y en el fondo es la idea mantenida desde el inicio de la Transición de un Estado y tres nacionalidades históricas, que Andalucía, contra viento y marea, rompió en el referéndum del 28 de febrero de 1980.

Nunca he compartido el anticatalanismo de la derecha más conservadora, que como fruto no está teniendo otro que el aumento del sentimiento de separación de los catalanes. Jamás apoyaré el radicalismo de condenar lo catalán, esa ocurrencia de rechazar los productos que provienen de esa comunidad. Pero tampoco el efecto contrario: el que trata, insensatamente, de convertir a una tierra en víctima a costa de otra.

No voy a repetir aquí argumentos como la marginación a que históricamente fue sometida Andalucía, que obligó a una emigración masiva a otras tierras, entre ellas a Cataluña, llamada entonces la “novena provincia andaluza”. Prefiero referirme a la actualidad más allá de las declaraciones de políticos en busca de titulares de prensa y aplausos fáciles. Mientras eso ocurre leo que nace en Málaga el primer centro en España de nanomedicina, una apuesta de investigación del sistema sanitario público andaluz para el estudio, control y manipulación de materiales, estructuras y dispositivos a escala manométrica. Ello permitirá el desarrollo de sistemas que transporten fármacos capaces de alcanzar el órgano, tejido o grupo celular utilizando manoestructuras. Y no es el único centro de investigación avanzado. En Granada funciona el Genyo, de genómica e investigación oncológica, y en Sevilla, el Gabimer, pionero en biología molecular y medicina regenerativa. También en Sevilla, el pasado mes de marzo, se abrió en el Parque Científico Tecnológico Cartuja, el Proyecto Genoma Médico, vanguardia en la investigación de enfermedades denominadas raras, y que no interesan comercialmente a los laboratorios privados.

Prefiero referirme, por último, al recientemente inaugurado complejo eléctrico termosolar de Sevilla, la única central de torre termosolar del mundo, que se verá ampliada con otras dos del mismo tipo en el municipio de San José del Valle.

A Andalucía le sobran razones para combatir los ataques de quienes tratan de utilizarla para sus fines políticos, para quienes mantienen el rancio discurso de la indolencia y del aprovechamiento a costa de otros pueblos.

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