En una bodega de nuestra zona un catador afamado, levantando su copa en actitud de brindis, esta loa al hijo de la vid pronunció:
“A vos, vino venerado, poniendo por testigo a cualquier bello saquí, os manifiesto mi agradecimiento pues con vuestra compañía la tristeza desaparece y el vivir es bonita embriaguez o placentero ensueño. Si con mesura sois bebido , os mostráis, cual docto y sabio anciano, juicioso, y sentencioso consejero pero, cuando con exceso os degustamos aparece en vos la figura de un mancebo atractivo, altanero , engreído y loco .
Hijo de la vid, doy gracias por acompañarme en el camino de mi existir para ser cicatrizador de mis penas, sanador de amarguras.
Encarecidamente os ruego, no seáis corcel muy desenfrenado. Permitidme siempre cabalgar sobre vuestra montura placentera aunque no pudiendo aguantar vuestro veloz trote, al no controlaros con las bridas del comedido beber, rendido me postre a vuestros pies.
Vino generoso, no me quites ni me des la razón como un loco, déjame la poca que poseo, pero, permite que conozca tu edén.
Hijo de la vid, Cuando muera en mis ojos lleve vuestra imagen y mis labios retengan esa ambrosía que es vuestro exquisito sabor. “
Deteniéndose para apurar su copa comprobó que los demás catadores estaban ebrios y dijo:
“Lástima, soy viejo porque te doméstico. Ellos, siendo mayores, derrochan juventud porque son servidores de Baco y ahora entraron en el paraíso enológico que tanto yo disfrutar deseo”.
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