Los gritos del campo

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En la España que han vacíado,
en esa en que los pueblos son cementerios
y sus derruidas casas, huras de reptiles y nichos donde aún agoniza,
en el terrible frío de la soledad,
algún ser humano, un vecino, que se ve abocado a ser sepulturero
de toda la grandiosa riqueza que queda enterrada
bajo los cascos del caballo enloquecido de los desconsiderados tiempos.

La espadaña o la torre de una vetusta y antigua iglesia
se alza con las campanas yertas y mudas,
el hueco, ese vano donde ayer repicaban alegres los bronces
invitando a los vecinos a eventos festivos
o a la celebración de los santos oficios,
solo es habitado por alguna lechuza o somnoliento quiróptero
y , los badajos quietos, en silencio sepulcral,
porque de tocar , solamente doblarían por la muerte del campo,
ese agro que, en otro no lejano tiempo, feliz se hallaba
porque las malas hierbas que lo invadían
eran roturadas por el labriego que alegre cantaba
porque con su familia era rico en su pobreza
y, de sol a sol, sembraba lo que sería pan mañana
o plantaba el árbol cuyo fruto sus descendientes comerán.
Gracias al esfuerzo y el sudor de los campesinos,
que hacen de los campos, feraces grandiosas huertas;
pero, los hombres y mujeres de ministerial cartera,
los que se alimentan con los productos de la tierra y el mar,
parecen olvidar que al campo deben amparar,
en voluntaria amnesia le dan las espaldas
permitiendo que crezcan las zarzas y se sequen los arroyos de prosperidad
que hacen grande a los ríos de progreso de una nación

Pero, el campo es fuerte y su voz,
convertida en lamento campesino, se alza en fuerte grito
para que cada cosa vuelva a su natural sitio
y la misma Covid-19 con él no puede.

Todos, cual alegre golondrina, retornan a su nido,
esa vieja casa labriega de aldea
que es fuerte bastión que defiende a los predios del olvido
a que los sometió el que hoy, arrepentido, es aprendiz de campesino
cuando se consideraba doctor en política
y era un vulgar cirujano, un demagogo que, con sus financieras operaciones,
mataba y aniquilaba la vida próspera del campo y sus gentes.

Pero si la existencia rural fenece
¿Quién alimentará a ese ogro que se llama ciudad?
Pues, el sector primario es básico y, bien quedó patente
en estos meses de confinamiento en que él nos aportó alimento
por eso, os decimos que no olvidéis al agro,
no es justo dejar solo a quien nos da tanto y tanto.
Eduquemos a los más pequeños en la defensa de los valores
que solamente se adquieren en la más grande escuela de la vida,
la productiva tierra donde la espiga humana crece, madura
y a ella cae para que la simiente labriega perdure por los siglos de los siglos.

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