MONTE DE LA TORRE

Plática con, el banco del parque de mi barrio

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Vivo la etapa  de  la senectud  y, como los  jubilados de  mi barrio,  me gusta  pasar ratos  sentado  en  algún banco  del parque. En esta ocasión,  una tarde   nostálgica de otoño,  me hallo sedente y reflexivo en uno de ellos  bajo la sombra  de unos  frondosos  plataneros.  Entonces, mientras  tiraba algo de comida  a  unas  palomitas   y  escuchaba  el alegre  griterío  de  niños   que bulliciosos  jugaban  por allí,  en esos momentos vespertinos empecé a comentar  con  el banco  donde  estaba sedente  lo siguiente:

“Querido banco, tú bien sabes porque tengo  la   atávica costumbre  de  venir   siempre  a  ti  y no sentarme  en otros  de  los muchos  que hay  por  este parque  pero,    voy a recordártelo.  Según   me contaron mis  progenitores  tú  formas parte  de  nuestra vida.  Cuando nací  el primer  aire  que  percibí fuera  del hogar   fue en  este  pulmón  oxigenante  del barrio,  este parque.  Aquí  me  traían  papá o mamá,  o ambos;  primero  en  aquel  carrito de bebé. Después ,cuando ya me iba  desenvolviendo  en destreza  locomotora, aquí , a tu lado, di mis primeros  temblorosos  pasos  agarrándome  a  tu  cuerpo  de madera  y a veces, dada  mi inexperiencia  y  debilidad  física , o por querer  andar  a prisa , golpee  mi barbilla o mejillas  en tu cuerpo  y alguna lágrima   bañó  tu ser. Pero  como fue culpa  de  la imprudencia   infantil,  de  nada  te  inculpo.

Durante  mi infancia  alrededor  de ti  jugué  saltando y brincando  feliz  con  los   de mi generación.  Llegada  la adolescencia , buen  amigo  banco,  entonces   tú fuiste   el  primero  que sabías  de  mis  primeras citas,  de  esos besos  juveniles, aquellas  caricias   que me intercambiaba  aquella  chica  quien,  pasados  los años , llegó a ser    mi esposa.    Los dos  dejábamos  tu  suelo  lleno de cascarillas  de pipas  y  en el aire  de este  barrio  marchaban  y se propagaban  nuestras  dulces  palabras  que  con los años  fueron   una realidad.  En una de tus tablas  grabamos  con un bolígrafo  un corazón  y  dentro nuestras  iniciales, todo ello  mirando  que no nos viera  algún jardinero  y nos reprendiera.  Hace tantos  años  que ya  ese dibujo   no  lo  vemos, quedó tapado por   muchas  capas  de  barniz  que fuiste  recibiendo,  pero  yo puedo señalar  el sitio  exacto donde  lo  pusimos.  Aquí  siempre vine cuando   tenía  algún problema  académico,  cuando aquellas  notas  no eran las esperadas  o  recibía  alguna  regañina de los adultos, padres  y maestros.  Tú,  siempre callado,  me dabas  la razón en todo.  Contrajimos matrimonio  aquella chica y yo, ambos  casamos  en  la iglesia del barrio. Trajimos  aquí  a  nuestros hijos  a  que en este parque  estuvieran  seguros  y  que su corazón  palpitara   amor  por el barrio.  Cuando mis  nietos  eran  pequeños junto  a  ti  los llevaba.  En tu  ser se han sentado  muchos  miembros  de  nuestra  familia.  Hoy, amigo  banco,  mis hijos , por motivos  laborales , viven lejos  de este barrio , a  cientos  de km, pero cada  vez que  pueden  vienen    hasta  aquí.  La  que fue  mi amor  y compañera  durante  cuarenta  años   se ha marchado  pero  no por culpa  de  ruptura  sentimental,  ha sido  la muerte  quien  la ha llevado  para  el último  y  luctuoso  barrio.  Solamente  quedo yo  aquí  lleno de  achaques  en   la casa pero,  amigo banco,  no  me  siento víctima  de la soledad  porque  vivo en  mi  barrio de siempre.  Tengo al tendero que me saluda, al cuponero, al repartidor  de butano,  al barrendero, la  cartera….. a  todos  los  de estas  calles   que nos queremos   y sobre todo,  banco de  mi vida,  a   ti  que  todos los días vengo  a  pasar  un ratito en tu compañía   y a contarte  historias.   Nos  llevarán del barrio  las sucursales  bancarias,  pero  el banco de siempre, en el que  guardamos  los mayores el mejor capital , nuestros  recuerdos,  que no nos falte. El mobiliario  urbano  merece  nuestro respeto y  un barrio  sin papeleras , con su boca abierta esperando  limpiar  el entorno,  y  bancos  ofreciendo  asiento  gratis no sería   ecológico   y  solidariamente  social   como es  este nuestro maravilloso barrio.” 

Sin  darme  cuenta  estaba ya el ambiente  envuelto en la noche  y,  levantándome   del banco  marché   hacia  mi casa  que distaba   de allí  un par  de calles  pero,  nada  más salir  de  aquella  zona  de recreo  , en la  misma  puerta   de entrada   al mismo, me encontré  con un desconocido  que  no  era  de  nuestro barrio  que  se disponía  a  entrar.  Lo  vi  meterse  en  el parque.  Se trataba  de  un  vagabundo  que   buscaba  pasar  la noche  en uno de aquellos  bancos, puede   que  hasta  utilizara  el mío,  no  como  asiento   y sí  como  una improvisada  cama. Comprendí   que  para los inopes  la  presencia  de  estos  inmuebles   es   la salvación. Le  vi  acercarse  al banco. Quise  llamarlo  pero el miedo  hacia  quien no conocemos  hizo que me reprimiera. Seguí  caminando encontrando a  gentes vecinas con quien intercambiaba  los deseos  de  buenas noches.  Pero de  mi pensamiento  no se  iba  la imagen  de  aquel hombre  que parecía  un fantasma   que se  me aparecía  para  avisarme  de   que  a mi barrio  también  llegaba  la pobreza  personificada  en ese  ser. Yo, gracias  a  mi  pequeña pensión ,  tenía  un techo  y un lecho  pero  hay otros  muchos  que  carecen  de   esto   y en ocasiones , si no llegan a tiempo,  encuentran cerradas  las puertas  de acceso  a un parque  donde  les espera   siempre un banco  metálico, de  madera  o piedra    donde  dejar  de tener  pesadillas  de miseria  y envueltos  en sus cartones  sueñen   con ser vecinos  de  un barrio  algún día.

Él seguro que durmió  en aquel banco  pero  yo no concilié el sueño  en mi lecho.  Nada  más  amanecer  fui a la tienda   de  la esquina  y   compré  algunos víveres. El dependiente amigo, al decirle que los prepara para llevar, me dijo:

– “¿Vas  a marchar  de  viaje?.  Vuelve  pronto, este barrio  necesita  gente.”

A  lo   que  le  respondí:

-“  No, amigo,  es  para  animar  a   que  se  quede  otro vecino con nosotros para   que sepa   que  aquí   recibimos  muy bien a todos.”

Dejé algo  desconcertado  al  tendero   y  marché   cargado  de  aquellas  bolsas  en dirección   al  parque.  Dada  mi edad  casi  me costaba  andar  con el peso  de  lo  que portaba.  Llegué  allí  pero  ya no estaba.  Se había  ido  aquella  persona  pero   la visita  de  la  miseria  deja  huella.  Lo busqué, pregunté a jardineros, barrenderos, guardias. ¡Nada!  Todos  me dijeron:

– “Aquí  no vienen  vagabundos. En nuestro barrio  todos  vivimos  bien”.

Sentí  pena  que  nadie  detectara  la indigencia  excepto  yo.  Muy afligido me senté  en  el  banco.  Entonces  un pequeño  que  percibió   que   estaba  afligido, se acercó  diciéndome:

– “Señor,  si  no tiene  hogar  venga,  en el  mío  lo acogeremos.”

Reprimí  como pude  las lágrimas   y le dije  al  niño:

-“  Gracias, aún  no he  llegado  a  esa  fase,  pero  anoche  la vi   y  puede   que pronto  se adueñe de mí. Si  necesito  tu ayuda  te  la pediré.” 

Marchó  el niño  y  yo  le   comenté  al  banco:

– “Gracias  por recibir  a  ese otro  yo,  el  de la  miseria”.

No dejé  allí  la comida  que le había  comprado, pues  era  para  mí  mismo.  No habían  pasado  unos  años  me vi   que  ya  no tenía  recursos   para sostener  mi morada  y  como otros    me  vi   sin vivienda  y recurría  a comedores  sociales  y  a un banco  muy distinto   a  los  que  tienen  dinero. Había  llegado  ese vagabundo que encontré  aquel anochecer   y   vivía  de  la protección de  asuntos  sociales  y solamente  esperaba   que  un día  llegara  quien  llegó  y prolongó mi sueño  en  una  noche tétrica  en  que  quedé  muerto  en  el banco  de mi vida.

A  la mañana  me encontraron  unos funcionarios  municipales  y  dijeron:

– “Ha muerto  este  pobre  sin familia   que tanto venía   a este banco”.

Pero  ellos  no saben  que  fallecí  pobre   pero rico   por  contar  con un  banco,  con mis vecinos  y  con  un barrio  que siempre me quiso  y  me trataba  como  una acomodado señor  cuando  no tenía  ni un peso.   

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Opinión Pepe Pol

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