Caruana se va allí donde le quieren escuchar, en este caso a Cataluña, a decir lo que aquí no dice, a sabiendas que allí nadie le rebatirá.
Caruana asegura ahora que la solución andorrana, esa que él mismo se sacó de la manga, no le vale. Y utiliza un argumento lógico, la verdad, pero escaso. Pide respeto de los principios democráticos y el respeto de los derechos humanos del pueblo gibraltareño. Correcto, nadie va a estar en contra de esos dos derechos.
Pero no negará Caruana que también habrá que tener respeto por los acuerdos firmados, y eso a Caruana no le gusta.
Porque claro, de tener respeto por los acuerdos firmados, supondría que no tienen aguas , excepto las del puerto, y que a la postre, la soberanía del Peñón será de España, cuando se ejecute el Tratado de Utrech.
Pero, evidentemente, eso no cuadra en la rebanada de su pan que ya ellos han mantecado por los dos lados, como siempre.
El problema de todo esto es que Caruana habla en público, tanto para su gente, a la que se debe para intentar ganar unas elecciones que hoy por hoy tiene cuesta arriba, como en aquellos lugares donde se asegura será escuchado, pero nunca contestado, caso de Cataluña.
Caruana campa a sus anchas y suelta todo tipo de opiniones y demagogias sobre la Roca y nadie de España le contesta, porque no hay nadie designado para ello. Así que parece que como es su única voz, es la correcta. Pero eso no es así.
Quizás nuestro gobierno debería nombrar a un subsecretario para Gibraltar, y permitirle que rebata con argumentos los dislates independentistas que a veces desvaría Caruana.
Lo cierto es que alguien con autoridad debería decirle públicamente a Caruana que los mundos de yuppie no existen y que España tiene, en esta historia, una palabra importante que decir sobre la independencia gibraltareña: No.
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