Un pueblo lleno de contradicciones, por Jesús Mena Lanas

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Me gustan las contradicciones porque hacen del mundo un lugar digno de ser vivido. Me gustan en las personas. Dan de que hablar. Soportamos las contradicciones cotidianas porque sabemos que no van en serio.

Los seres sin contradicciones, son políticos planos. En la vida, pueden ser simples seres grises perdidos en la multitud o, en el peor de los casos, peligrosos fanáticos. Ser contradictorio implica estar vivo, mojarse, elegir, no dejar indiferente a quienes te rodean, ser odiado o amado. Implica ser humano.

El pueblo es contradictorio por naturaleza. Debe serlo, si quiere ser plural y tener algo de energía en sus calles. Un pueblo continuista sólo puede ser totalitario. Hay que huir de las grandes estupideces. Ya deberíamos estar escarmentados en ese sentido. Y quien no lo esté, que salga a la calle. Por eso me gusta Los Barrios porque el equipo de gobierno entero es una gran broma mestiza, es el fruto de los tránsfugas de los diferentes grupos políticos que han surgido a lo largo de la historia del pueblo.

Y para este caso, una de sus contradicciones más destacadas procede quizá de su herencia política, dado que son muy patrioteros y andan siempre con la bandera de arriba para abajo, siempre manteniendo contentos a sus barones. Pero, al mismo tiempo, son capaces de escupir a esas banderas, como ocurre en la única guardería municipal que ni siquiera hay ni un triste trapo porque se han quedado sin saliva o, ¿Qué pensaría un visitante si viera la fachada del Ayuntamiento?, pues lo mismo que cuando se hacen esculturas de hierro oxidado en mitad del campo, ¡Cómo se burlan de su primitivismo y su rusticidad! Igualmente, lo mismo ocurre cuando discuten del Ser, algo sin importancia, pero al instante siguiente, son capaces de romperse la cabeza cuando se habla de dinero y de responsabilidades. Eso no lo han heredado de los barreños que son mucho más serios y respetados. Eso viene de adentro de sus entrañas.

Precisamente, eso es lo que hace admirar aún más al alcalde cuando aprueba su presupuesto, lo ilustra a su manera, desgarbado, burlón, cómico e infantil. Es un presupuesto a su medida, con el pulso bien tomado a las deudas multimillonarias que sufre el consistorio, como no podía ser menos viniendo de un cuentista de esta talla.

Así es como debe tratarse a estos. Sin miedo, sin reverencias, sin servilismos. De tú a tú. Como a un amigo al que nunca trataríamos de usted, pero que respetamos más que a cualquier anciano. En eso consiste, en mantener la cultura viva.

Es contradictorio, sí. Por eso, es higiénico para el pueblo.

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