Vuelve la Sopa Boba

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Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

La realidad social no es la que cuentan los periódicos o la que se dictamina desde la Comunidad Europea y el FMI. Los dramas sociales del desempleo y la crisis económica crónica tienen rostro y están destrozando muchas familias, afectando especialmente a los más débiles, a los niños. Según Caritas Española, más de tres millones de españoles están al borde de la exclusión social y diez millones sobreviven ya bajo el umbral de la pobreza. El último informe de Unicef desvela que España ha retrocedido treinta años en protección a la infancia y prueba de ello son los más de dos millones de niños que viven en hogares por debajo del umbral de la pobreza. Las cifras producen escalofrío. Mientras pagamos los más de cuarenta mil millones de rescate a la banca, quíen se acuerda del ciudadano, quien rescata a las personas, más dependientes, hambrientas y necesitadas que nunca.

Esta penosa situación recuerda a la antigua caridad de mendicidad, a aquella sopa boba, espesa y quemagrasas, que se repartía desde primeros del siglo XX en los comedores de conventos y beneficencias a los pobres de solemnidad, es decir, a la empobrecida masa trabajadora, que carente de paro, ayudas o pensiones, al menos contaba con aquel improvisado guiso de bodrio o mogollón con el que se quitaban a diario el hambre. Es la misma sopa de sobras y rancho que tomaban los carentes de recursos, los estudiantes sin pudientes de los que hablaba el Lazarillo de Tormes. Vayan pues acostumbrándose a esta esperpéntica realidad de ayudas de urgencia y comedores hacinados, porque en España, al paso que vamos, no habrá parados, habrá sopistas.

A estas alturas de la película, resulta vergonzoso presenciar como muchos niños se desmayan y marean en el colegio por no comer lo suficiente o no comer nada en sus casas. La situación calamitosa está llevando a las diferentes comunidades autónomas a tomar medidas de urgencia. En Andalucía los esfuerzos ya empezaron con la apertura obligatoria de los comedores escolares a pesar de los problemas de liquidez. Con el reciente decreto andaluz de medidas extraordinarias y urgentes para la lucha contra la exclusión social se están barajando diversas iniciativas que necesitan de un rodaje. Ante todo se pretende que los niños sin recursos – más de 50.000 – cuenten al menos con tres comidas diarias. Además también se contemplan ayudas al desempleo y para incentivar la contratación, potenciándose la labor de los colectivos sociales con ayudas económicas. Se prevén también la apertura de comedores de verano así como la identificación en cada ciudad o pueblo de las zonas de riesgo o exclusión social donde poder radicar comedores permanentes. Tarea ardua ésta, pues las zonas de riesgo ya no están del todo delimitadas. Antes las zonas de las barriadas marginales – por todos conocidas – eran caldo de cultivo de la delincuencia y la exclusión social, pero hoy el riesgo alcanza a cualquiera de nuestros barrios, desde los más proletarios a los más cool. El desempleo, el desahucio, el hambre y la miseria son comunes a todos, no distingue entre capas sociales, status o edades.

Recientemente tuve el placer de ser invitado, junto con diferentes colectivos sociales, a la Subdelegación de Gobierno de Algeciras para participar en un proceso informativo sobre el Decreto andaluz de medidas urgentes contra la exclusión social. Allí pude atisbar la preocupación pública sobre esta grave necesidad social y el encomiable trabajo que realizan estas plataformas y asociaciones sin ánimo de lucro, siempre al pie del cañón. La verdad – como en otros muchos asuntos – eche en falta la representación institucional, especialmente la de los ayuntamientos.

Al calor de la iniciativa ciudadana se están creando comedores en colegios o asociaciones a lo largo y ancho de nuestro país, complementando la labor de ONGs e instituciones públicas. Las necesidades además están motivando la aprobación por vía de urgencia de decretos como el andaluz, que pretenden paliar la situación actual de desnutrición infantil y establecer rentas básicas de subsistencia a las familias más necesitadas, carentes de empleo, prestación o ayuda social. Sólo en Algeciras más de 2.000 niños comen en los dieciséis comedores escolares de la ciudad, pero el problema viene cuando los niños llegan a sus casas y no tienen que comer. Para mitigar esta lacra, diversos colectivos e iniciativas particulares están impulsando proyectos para buscar soluciones. Son muchos los voluntarios que dedican su vida a esta ayuda solidaria. Sólo a título de ejemplo y por cercanía debo destacar la encomiable labor que lleva a cabo la AMBAE ( Asociación de Mujeres para la Búsqueda Activa de Empleo) en Algeciras, donde han abierto un comedor para niños en el que se les dispensa la merienda y la cena. Labores como la de estas mujeres necesitadas de ayuda o la de plataformas y asociaciones tales como Mensajeros por la Paz, son dignas de elogio, pues cubren unas necesidades sociales básicas que no están siendo solventadas debidamente por las autoridades y los servicios públicos, bastante mermados en recursos y recortados en personal.

El panorama lejos de mejorar empeora cada día. La realidad rememora aquel subsidio de maternidad y lactancia de los años 30; aquellas viejas casonas de la Gota de Leche y los Consultorios Infantiles y de Niños de Pecho que proliferaron en España desde primeros del siglo XX y que tanta ayuda prestaron durante los peores años de la postguerra. Los mareos y la desnutrición de los niños de hoy son los mismos que sufrieron los de entonces, aquellos que se desayunaban la leche en polvo procedente del raído Plan Marshall y se traían los mendrugos de pan del comedor para que comieran sus padres. El hambre en España se ha convertido en una realidad cotidiana e incomoda que no se puede disimular y que requiere de medidas urgentes. Como decía el bueno de Vicente Escriba, “La pobreza no está solo para entenderla sino también para solucionarla”.

Desde la creación de la primera Gota de Leche en 1894 en Francia por el médico León Dufour, nadie podría imaginar que las necesidades y la desnutrición infantil volviesen a las calles de nuestra maltratada España. Las nodrizas, las almas cándidas y las comidas de caridad han vuelto, ya no son sólo un recuerdo en blanco y negro. Y aunque la salubridad y la alimentación han mejorado, las necesidades primarias son las mismas. La sopa boba se ha institucionalizado y la picaresca viaja en business.

Mientras la frontera de la exclusión social nos acecha tras la esquina, muchas personas y colectivos emplean su tiempo en ayudar a los más necesitados. Esto es lo más importante de todo. Tenemos la obligación moral de conocer el drama social que nos rodea y ayudar en la medida de lo posible. Recuerden, de ésta sólo salimos solos, unidos bajo la bandera de la solidaridad y la justicia social. Hagámoslo antes de que se enfríe la sopa.

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