En los grandes cortijos como Zanona y en zonas determinadas como la Venta de Ojén, La Polvorilla o Cucarrete tradicionalmente se bailaba el fandango popularmente conocido por “chacarrá”. En días festivos, o en ciertas solemnidades familiares como una boda, un bautizo, nochevieja o carnaval, la fiesta del chacarrá solía alegrar las veladas nocturnas de la gente del campo, Existía una densa población campesina que apenas visitaba el pueblo de Los Barrios, salvo en la cita anual de su feria o en la liturgia de su Semana Santa. Este vivir apartado del mundanal ruido solía compensarlo el cortijero organizando estas fiestas en sus caseríos, a las que acudían los vecinos más cercanos. Aparte de un esparcimiento que alegraba la monotonía de los días siempre iguales, estos bailes se organizaban también como un motivo de reunión y convivencia para la gente moza, que en estos festejos encontraba un cauce sentimental a través del cual se auspiciaban honestos idilios amorosos.
La sala más amplia del cortijo se habilitaba y adecentaba para la fiesta. Allí, en un bazar instalado en el hueco de una de sus paredes, observábamos varías botellas de aguardiente y anís dulce, amén de una garrafa de vino. Más allá sobre la mesa de una habitación contigua, y cubiertos con paños de fino hilado, platos con fiambres, chacinas, queso y pan moreno (todo troceado) aguardaban la hora de ser ofrecidos a la concurrencia. Junto a la chimenea veíamos una hermosa cafetera con agua, preparada ya para en cualquier momento ser sometida al fuego cuantas veces fuese necesario a lo largo de la noche, ya que la fiesta habría de durar hasta el alba y en las altas horas de la madrugada la degustación de un jarrillo de café complementado con la copa de coñac o de aguardiente, estimularía la euforia de bailarines y cantantes.
En la atardecida, a caballo o andando, la gente del contorno iba llegando ante la puerta del cortijo. La habitación donde se iba a celebrar el festejo es rectangular y en sillas de anea las mujeres aparecían aposentadas y luciendo sus mejores galas y encantos. Los hombres, tanto maduros como mozalbetes, iban vestidos con la ropa habitual de los días festivos. Cadenas colgantes de relojes sobre el chaleco, ancho sombrero, bota alta campera o fino boceguíe de cuero. En un lateral de la estancia dos guitarristas, sentados, aguardaban el momento de comenzar el rasgueo de sus populares instrumentos para acompañar el baile y el cante, iniciando en solitario breves punteados y acordes en sus respectivas sonatas.
Y ya teníamos el ritmo cadencioso y pegadizo del chacarrá quebrando el aire de la noche cortijera. Una pareja formada por un hombre y una mujer se habían situado en el centro del espacio habilitado para el fandangueo. Era el fandango suelto. La pareja evolucionaba garbosamente al compás de unas castañuelas que ellos mismos tañían mientras bailaban. La música de las guitarras se veía complementada con otros instrumentos como panderetas, platillos, lajas de piedra, cañas, cucharas, o una botella de aguardiente vacía, cuya superficie era rascada con el mango de una cuchara.
En el fandango suelto existía una modalidad que llamaban “el zángano” en el que intervenían un hombre y dos mujeres. Y como apoteosis de la fiesta, ahora llegaba el turno al fandango “agarrao”, bailado por varias parejas y que dio fama al conocido “fandango cucarreteño”. Aquí el hombre dirigía las evoluciones del baile, enlazando a la mujer con brioso contoneo y elegante zapateado, adornándose las parejas con airosos remolinos de pana y pereales, con todo el encanto de las viejas danzas andaluzas.
Y la copla ponía su nota singular, picaresca o floreada, en el desarrollo de la fiesta. El escritor algecireño Juan Ignacio de Vicente en su interesante libro “El chacarrá y sus tradiciones” nos ofrece una amplia muestra de tales cantares. Por ejemplo, la voz vibrante de cualquier fandanguero barreño cantaba así a su pueblo:
Tres cosas tiene Los Barrios.
que no las tiene Madrid:
la barca, el puente grande
y la huerta del tío Florín.
Adiós puente de Ahojiz..
Casilla de Bacinete,
Corazón del Puente Grande
Que ganas tengo de verte.
Cucarrete está que arde.
La lagunilla chispea
El Barrio Chico se enciende.
Lo apaga el chorro la Teja.
Tengo una novia en La Línea,
Y otra tengo en Alcalá
Y otra tengo en Los Barrios
Que es la que me gusta más.
O aquel otro lanzaba dardos amorosos a la niña de sus pensamientos:
Eres chiquita y bonita
Eres como yo te quiero
Eres una campanillita
Nacida en el mes de enero..
Ya salió la niña al baile,
Ya salió la luna llena,
Ya salió un carro de flores
Cargadito de azucenas.
Tienes unos ojos niña
Y una niña en esos ojos,
Que los ojos de esa niña
Son las niñas de mis ojos.
Algún que otro joven, despechado por las negativas de amor de la mujer de sus sueños, solía cantarle:
Tú me distes calabazas
Y me las comí con tocino,
Mejor prefiero calabazas
Y no casarme contigo.
Pero otro, en el colmo de la desesperación por los desaires de su amada. Llego a espetarle esta copla:
En los hoyos de Zanona
Sólo me acuerdo de ti
La comparación perdona
Solamente lo que vi
Fue una puerca rabona
Que se parecía a ti.
O se recitaban poemas festivos como el siguiente , el cual pone punto final a este capítulo:
Decía mi prima Pepa
Y eso lo llevaba en honra
Que nunca había tenido
Un novio con mala sombra.
El primero fue un gallego
Que al tren llevaba baúles,
El segundo picapedrero
De Alcalá de los Gazules:
Y luego se vino a casar.
No sé en que estaría pensando.
Con un viejo cataplasma
Fabricante de jabón blanco.