Keynes no está pasado de moda

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José Antonio Ortega | jaortega@jaortega.es - www.jaortega.es

La Unión Europea se empeñó en hacer caso omiso de las tesis que abogaban por las políticas de estímulo e inyección de liquidez para combatir la crisis. Excepto para salvar bancos. Bueno, más que la Unión Europea, quien se empeñó fue Alemania. Y con Alemania, Ángela Merkel. Una decisión ésta que, aunque haya todavía quien no lo admita, supuso un error que estamos pagando. ésta q

Si en períodos de bonanza, el papel del estado es crucial, no sólo como instrumento para reasignar recursos, distribuir rentas y favorecer la cohesión social, sino como elemento dinamizador de la economía, incluso en países de tradición neoliberal como los Estados Unidos, ¿a qué viene eso de negarle o restringirle tal función en un período como el que estamos viviendo?

A pesar de las evidencias en contra, hay quien continúa defendiendo la idea de que en las economías de mercado, como lo es la española y lo son las de las naciones de su entorno, un exceso de peso del sector público va en perjuicio del sector privado. Sin embargo, estados como Suecia, Dinamarca, Noruega Austria constituyen la prueba empírica de que esto no es así. El quid de la cuestión no está en el peso del gasto público con respecto al PIB, sino en cómo se gestiona dicho gasto. Y he aquí, quizá, donde en España más hemos fallado, por falta de experiencia, escasez de cultura cívica y mucho exceso de afición al golferío y al choriceo.

Es de sentido común pensar que si el sector privado por sí mismo no es capaz de tirar del carro, alguien ha de hacerlo. O ayudar a que así sea, en lo posible. Y esto, de acuerdo con la teoría económica sentada desde el crac de 1929 hasta la fecha, se ha hecho y debería hacerse con la incentivación de la demanda, no constriñéndola y contrayéndola como se ha venido y se viene haciendo desde hace más de cuatro años, por directrices impuestas desde Berlín y desde Bruselas. Así como por imperativos de quienes se han enriquecido con los devaneos del euro y la crisis de deuda soberana desde 2010 para acá. Es decir, esos lobbys que, en cierto modo, manejan los hilos, y continuarán manejándolos, en tanto las reglas del juego no se cambien. Y, por supuesto, en tanto no se cambien para todos a un mismo tiempo.

La austeridad no ha resultado efectiva, ni siquiera para reducir el endeudamiento público, aun siendo éste su principal objetivo. Todo lo contrario. Y para constatarlo a las cifras no hay más que remitirse. En el caso de España hemos superado el billón, casi el cien por cien de lo que producimos. Esto es, ha aumentado. Y en el caso de la mayoría de los estados de la UE, ídem de lo mismo, tanto en términos absolutos como relativos, a pesar de que en todos ellos se han venido aplicando las mismas recetas de contención del presupuesto y, por tanto, de reducción de la inversión pública, especialmente en ámbitos que más afectan a la ciudadanía y a su calidad de vida. Pero es que, además, los datos macroeconómicos referidos al crecimiento de las primeras economías del viejo continente, después de repuntes que no fueron sino espejismos, no son esperanzadores.

En contra de lo que en algunos foros se ha afirmado y se afirma, ni España ni los países de la Unión que más daño han sufrido como consecuencia de la recesión soportaban un elevado déficit. Aunque algunos de ellos, o tal vez todos (Grecia, Portugal, Italia, Irlanda), tuvieran, es verdad, importantes desajustes estructurales que urgía corregir. En España y en esos otros países lo que había es un excesivo endeudamiento de las familias, las empresas y los bancos al que, al final, las administraciones públicas han tenido que hacer frente.

Comparto la opinión de que, si se hubiera optado por políticas expansivas, sin tirar la casa por la ventana, otro gallo habría cantado. Y la comparto porque soy de los que creen que Keynes y sus postulados todavía no están pasados de moda.

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