Suicidio Laboral

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Rafael Fenoy Rico | Secretario de Comunicación Educación de la Confederación General del Trabajo (CGT)

Porque eso es y seguirá siendo, más allá de que la existencia de esta buena persona, haya terminado. Seguirá presente en el corazón de quienes le conocían, que son sabedores de la inmensa desdicha que acabó llevándole a actuar de esta radical forma.

Quitarse la vida no debe ser sencillo. Quienes piensan en blanco y negro, quienes sueñan, más que viven, en un mundo bicolor, siempre acaban culpabilizando a la víctima. Y es sin duda una víctima, porque el final del más complejo raciocinio este hombre lo ha perdido todo.

¿Qué lleva a una persona a realizar este postrer y dramático acto? Se suele responder que perdió el sano juicio. Respuesta que tranquiliza, renunciando a comprender el por qué de este hecho tan brutal. Las personas implicadas, aunque sea muy, muy, tangencialmente, pretenden calmar una cierta dosis de remordimiento. Porque es verdad aquel dicho de “entre todos la empujaron y ella sola se tiró”.

Tiempo, el que ya no le queda a este hombre, tienen quienes le conocieron y trataron para reflexionar colectivamente sobre este suicidio laboral. Porque la raíz se encuentra en el infierno que la víctima vivía durante su tiempo laboral en la empresa LISAN, encargada de la limpieza en el Hospital Punta Europa de Algeciras. Cuando una persona trabajadora no puede, como se suele decir, “con su alma”, y enferma psicológicamente, de verdad, precisamente porque la actividad laboral genera estrés y ese estrés enrarece las relaciones interpersonales, estamos ante una enfermedad profesional. Y cuando a la empresa se le advierte, por activa y por pasiva, del enorme estrés que provocan sus recortes ¿No puso algo más que un grano de arena en este infeliz desenlace?

Y si especialistas médicos dan una baja cuando la salud se pierde ¿Por qué llega alguien, con la potestad que la ley le da, y dice todo lo contrario? Que empuja a un funcionario médico, ojo no la clase médica, a obligar a la persona trabajadora a incorporarse, sí o sí, a su puesto de trabajo. Y cuando el resultado de esta barbaridad, de esta temeridad, acaba con el suicidio de quien la especialidad psiquiátrica da por inhábil laboralmente, ¿Qué ocurre?

Pues, de momento, no pasa nada y se pretende colgar a la victima las consabidas etiquetas, que exculpan a todos de la inmensa responsabilidad que tienen y siguen teniendo, porque la máquina no cesa de producir estrés y no para de dar altas de “oficio” sin tener ni pajolera idea de la real incapacidad e infierno en el que las personas enfermas viven. Evidentemente esta manera de no ver a las personas, esta manera de tratarlas como ganado, (con el debido respeto al mundo animal), tiene que cambiar radicalmente tanto en el entorno laboral como en los procesos de evaluación de las bajas por enfermedad. Que la tierra te sea leve, ¡Compañero!

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