Barcelona y el fin de la inocencia

>
 

JuanLu González | Escritor y analista

Después de clamar en vano en el desierto largos lustros. Después de luchar contra las tórridas tormentas mediáticas que trataban de borrar las huellas de un complot urdido hace más de doscientos años al amparo de las dunas, finalmente, un temporal de simún ha acabado por quitar los ropajes a los reyes y mostrar las verdades que las arenas, con tanto celo, pretendían esconder. Para unos pocos no será nada nuevo, era un secreto a sotto voce, para los más, una auténtica revelación.

Después del paso de la onda expansiva provocada por los atentados de Barcelona, ya nada será igual. Quien ve a un rey desnudo ya nunca más se dejará obnubilar, ni por el boato, ni por el brillo de piedras y metales preciosos. De la inspiración divina, se camina sin retorno a la imperfecta humanidad e incluso a la más abyecta existencia. Obviamente, no van a besar la tierra sin luchar. Las agencias de lavado de cerebros estarán preparando sus ofertas pecuniarias en petrodólares, para comenzar cuanto antes las operaciones de marketing social, en aras a rehabilitar los daños causados por las acciones terroristas de sus patrocinados. Pero es improbable que tengan éxito. El hedor que escapa bajo las túnicas reales no se disipará fácilmente, ya no.

El fundador de la dinastía de los Saud se convirtió al wahabismo, la corriente más extremista del Islam, a mediados del siglo XVIII. Una de sus características fundamentales es el takfirismo, el no reconocimiento del otro, ni de los musulmanes de cualquier otra rama del Islam, ni de los practicantes de otras religiones, todos son impuros, apóstatas, infieles, takfires. En sus versiones más radicales, ni si quiera les reconocen el derecho a la vida, deben ser necesariamente esclavizados o eliminados. Primero es necesario acabar con lo que consideran malos musulmanes para después terminar con los cristianos y judíos. Esa es la visión deformada, por llamarla de alguna manera, de un Islam de odio al otro, que los regímenes de Arabia Saudí y Qatar están extendiendo por el mundo a golpe de talonario, ante la pasividad y la connivencia de sátrapas musulmanes y dirigentes occidentales. Y esa es la confesión que adoptan los yihadistas, tanto los del Daesh (ISIS o Estado Islámico), como los de al Qaeda, las dos internacionales mundiales del terror más poderosas y conocidas.

Arabia Saudí es como un gran grupo terrorista que ha logrado establecer su califato en unas tierras concretas en el Medio Oriente. Daesh casi lo consigue en la región que amablemente dejaron que conquistara entre Irak y Siria, pero, afortunadamente, ya está siendo expulsada de ella por estos gobiernos y sus aliados.

Con una ideología religiosa de esa índole, es normal que Arabia Saudí sea un estado que esté implicado en múltiples guerras, de tipo convencional y no convencional, a través de ejércitos regulares o, subsidiariamente, a través de mercenarios y milicias yihadistas. Yemen, Bahrein, Libia, Irak o Siria son ejemplos de ello. El listado de crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y violaciones de los derechos humanos (en su propio territorio) en el haber de Riad es incalculable. Sin embargo, no está considerado un estado paria, ni sus dirigentes van a ser juzgados jamás en los tribunales internacionales.

Los motivos son diversos. Desde el punto de vista geoestratégico, Estados Unidos (junto con la UE e Israel) es aliado de las monarquías del Golfo, la región productora de petróleo y gas por antonomasia del planeta. Tiene desplegadas varias bases militares en el área para asegurarse el suministro ininterrumpido de crudo barato en el futuro y para controlar el tránsito hasta la metrópoli. Por otro lado, cuantas más guerras estallen, más cantidad de armas se demandarán. Así que, buena parte del dinero pagado por la venta de hidrocarburos vuelve a EEUU en forma de compras de armamento. Por último, teniendo en cuenta que los mayores enemigos de los wahabíes son los musulmanes shiíes y, habiéndose escapado Irán de la órbita occidental desde la proclamación de la República Islámica en 1979, lo más fácil es apoyar a sus enemigos para debilitar al país persa y mantener viva la amenaza de una guerra regional, junto a la promulgación de sanciones, sabotajes, asesinatos selectivos o atentados terroristas teledirigidos.

En cuanto a España los motivos que explican estas amistades peligrosas no son tan obvios. Tenemos que retrotraernos a los tiempos de la transición y a la herencia monárquica planificada por el dictador Franco para nuestro país. La casa real española estaba por aquel entonces sin blanca, al pairo de empresarios y financieros de dudosa moralidad que, invariablemente dieron, más tarde que temprano, con los huesos en la cárcel. Fueron las monarquías medievales del Golfo Pérsico quienes financiaron a su homóloga española con préstamos generosos pero, sobre todo, a través de la posibilidad de comerciar con las importaciones de hidrocarburos. Los Saud sólo hacen negocios con familiares o amigos íntimos y los borbones están incluidos en esta última categoría. Petróleo y gas, mezquitas, grandes obras e infraestructuras y armas, muchas armas, están en la lista de intercambios entre ambos países y ambas casas. Como ejemplo de cercanía, fue Salman bin Abdulaziz al Saud, el «hermano» de Juan Carlos de Borbón, quien pagó el famoso viaje a Botsuana con Corinna y el que logró adjudicar las obras del AVE Medina-La Meca.

Noticias de la Villa y su empresa editora Publimarkplus, S.L., no se hacen responsables de las opiniones realizadas por sus colaboradores, ni tiene porqué compartirlas necesariamente.

Noticias relacionadas

 
25 abril 2024 | Patricio González García
Vendiendo humo
 
23 abril 2024 | M. Carmen García Tejera
Crónica del amor mutado en piedra de Carlos María Maínez
 
23 abril 2024 | Rafael Fenoy Rico
Holocaustos del Nazismo y del Sionismo