15-M, por J. A. Ortega

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Hace tiempo que quería dedicar una de estas reflexiones que cada semana publico en prensa al llamado Movimiento del 15-M, con el que simpatizo y con el que me identifico, y voy a aprovechar la reciente celebración de su primer aniversario para hacerlo hoy precisamente.

Hacía falta un despertar de las conciencias cada vez algo más adormecidas, ante esta sociedad incapaz de dar las respuestas deseadas a la gran mayoría de los individuos que la constituimos, y el 15-M, en mi opinión, ha servido para eso. En ese sentido, la imagen de aquellos jóvenes, y no tan jóvenes, acampados hace un año en la madrileña Puerta del Sol, denunciando la corrupción y las injusticias de un orden económico injusto y reclamando más igualdad, más democracia, más participación, más libertad y más transparencia, supuso para mí una muy grata sorpresa. Como me ha sido y me es igualmente grato constatar el hecho de que su ejemplo haya cundido con tan notable repercusión desde entonces, incluso allende nuestras fronteras. Se emprendió así en 2011 un camino, probablemente largo, muy largo, y no exento de obstáculos, que ojalá no tenga vuelta atrás, aunque haya a quien a eso le fastidie o le pese, y pueda dar algún fruto.

Las concentraciones pacíficas del 15-M han servido de altavoz y de cauce a una infinidad de demandas, aspiraciones y también quejas relacionadas con el funcionamiento del sistema político imperante, que el común de la ciudadanía ya venía compartiendo. Es verdad que entre el gran número de objetivos planteados por los cientos de miles de personas que apoyan y dan vida al movimiento puede haber muchos aparentemente inalcanzables. Pero no menos cierto es también que se han puesto encima de la mesa otros muchos justos, razonables y asumibles, para cuyo logro solo se precisa una mayor voluntad política de la exhibida por quienes nos gobiernan. El hecho de que dichos objetivos se puedan resumir en unas cuantas grandes proclamas que la derecha y la izquierda aseguran suscribir, si bien no con el mismo entusiasmo, no los desvirtúa, como algunos afirman, sino más bien todo lo contrario.

La esperanza de mejorar las cosas ha estado y está en fenómenos sociales como este al que asistimos. La historia, especialmente la de los dos últimos siglos, bien nos lo pone de manifiesto. En realidad, todo lo que algunos analistas señalan como sus defectos ?excesivamente idealista, inconcreto, contradictorio, heterogéneo? son sus virtudes y constituyen no signo de debilidad sino una de las claves de su fortaleza. Pues, como todo movimiento social que se precie, el 15-M no es una mera reacción o protesta más o menos unánime ante una coyuntura dada, la generada por la actual crisis, aunque haya sido esta su principal detonante, sino la expresión de un profundo anhelo de cambio que ha venido gestándose poco a poco y paso a paso. La suma de unos ideales democráticos con vocación de universalidad, convertidos en suyos por gentes de la más diversa condición y con muy variados intereses y extendidos ?algo bueno debía de tener la globalización? no sólo por Occidente, sino por muchas otras partes del planeta.

No es que yo me haya vuelto un ingenuo y me crea que de la noche a la mañana vayamos a arreglar ahora este mundo gracias a las ocurrencias de unos tipos y unas tipas que se ponen de acuerdo a través de las redes sociales para organizar sus quedadas reivindicativas mientras se divierten. Ni muchísimo menos. Pero es alentador saber que los valores que les mueven siguen estando ahí y no se han extinguido.

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