Cuando estaba laboralmente ocupado, al tener esas necesarias distracciones, mis comidas eran las normales para cualquier ser humano y, en algunas ocasiones, menos de las que cotidianamente tomamos, pero llegó este año, y con él la invasión de la pandemia. Me vi obligado al confinamiento y, en mi empresa echaba el telón de la no laboriosidad, me comunicaban que pasaba a la situación de paro y que posiblemente, como así ocurrió, tendrían que ir al cierre. Mi salud física estaba bien, pero, aunque por suerte el Covid-19 no me había hecho su prisionero, por culpa suya estaba siendo atacado por las terribles consecuencias causadas por su presencia. Mi mente se encontraba sumida en el agobio. Para relajarme, o esa era mi intención, aunque en verdad no lo lograba, hacía ejercicio físico en mi modesto apartamento para espantar el acuciante mal. Lo único que salía era por víveres al supermercado y por tabaco al estanco más próximo. Los alimentos, cual inquieto roedor, para calmar mi ansiedad devoraba, buscando en la masticación de estos que mi boca fuera llenada de sensación placentera. Si no me llegaba con los adquiridos en el comercio también, para estar ocupado me metía en la cocina a preparar todo tipo de caprichosa repostería.
Siempre sentado, a la mesa o en el sofá, comiendo y viendo las tristes noticias del rastro de muerte que dejaba la pandemia. Por veces sonaba mi móvil y, con prontitud, lo cogía para saber que noticias me traían del exterior, aunque, a decir verdad, antes de hablar ya temía por si mis familiares y amigos eran víctimas directas de ese coronavirus, pues indirectas todos lo éramos.
Uno de esos días, una de las que conmigo se puso en contacto, la que me llamó era mi novia y así me habló:
-“Amor, cuanto siento no estar contigo para comerte a besos.”
Yo, con una sonrisa que no sé cómo la puse en mis labios, le contesté:
-“No me hables de comer, yo no me canso de hacerlo a todas horas, pero estoy siendo devorado.”
Ella, en tono preocupante, me pregunta:
“¿Cómo dices? ¿Hay contigo otra mujer? ¿Me has olvidado? ¡” Falso, embustero”!
A toda esa cadena de interrogantes le respondo:
-“Soy el comensal comido?”
Se pone colérica y gritando enfurecida exclama:
“! ¡Explícate, o es que quieres que ahora mismo rompamos nuestra relación”!
Me muestro molesto, porque en vez de preocuparse por el problema tan acuciante que nos acosaba solamente, cual niña mimada , pensaba en mimos y carantoñas, y termino cortando la comunicación con un:
-¡” No me vuelvas más loco de lo que estoy!”
Y, antes de cerrar la línea, oía que decía:
-¡” Engañador, estás enamorado de otra. ¡Te dejo”!
No sabía que esa otra, de la que ella se celaba, no existía pero, en verdad que si que había una terrible que me poseía y en sus redes, nada sentimentales en este caso, cautivo me tenía. No la espantaba ni fumando cigarro tras cigarro, ni engullendo tabletas de chocolate que me harían crecer mis michelines, ni mucho menos bebiendo latas o botellines de cerveza. Ella se había metido muy dentro de mí y solamente necesitaba ayuda de especialistas para expulsar a ese malvado demonio y, no crean que ese debía ser un pastor de almas que lo excomulgara, el único que lo podía lograr era un buen psicólogo para que volviera mi mente a la normalidad. El virus maldito me estaba jaqueando todo mi sistema nervioso y, en cualquier momento podría producirse un terrible corto circuito y, ese fantasma hacerse el amo de lo que hace meses consideraba toda mi gran fortaleza .
Si mi estómago no lo aplacaba por mucha comida que ingería, esa, mi depresión me estaba devorando. Entre las paredes de mi pisito me volvía loco y, cuando salía para ir por más manutención iba temblando del miedo al contagio o, a una multa por alguna norma que hubieran implantado y yo no me enterara, porque era tal el bombardeo informativo y la confusión y contradicción de normas que estaba totalmente confundido. Si escapaba a refugiarme en el sueño era mucho peor ya que todo eran pesadillas y, a saltos y lleno de pánico despertaba.
Cuando por la ventana intentaba sacar la cabeza rápido la retiraba, al mirar hacia el suelo, esa malvada que se adueñó de mi psíquica fuerza, cual el diablo a Jesús tentó; me decía:
-“Escapa, pon fin a esta situación.”
Era tanta su insistencia que, he de confesar que alguna vez estuve a punto de hacerlo para acallarla. Y es que, muchas veces, como era en mi caso no es raro encontrar a alguien muerto en una calle y al otro días los diarios y medios informativos dirían:
-“Un hombre se suicidó arrojándose de un piso”
Los que lo leen, si no han vivido esta situación de verse devorados por la depresión, nunca comprenderán que nos estaba matando y comiendo ese peor mal y nos obligó a creyendo escapar, arrojarnos al vació porque nuestro cuerpo estaba tan lleno de ella que ya no se hallaba a gusto en ningún sitio.
Alejé de mi todas esas posibilidades y decidí dedicarme en el confinamiento a distraerme en lo que sería mi salvación, luchar contra ese enemigo antes de ser su víctima y verme totalmente devorado por quien no se conformaba con habitar en mí quería roerme mi mejor fuerza, la mental y, una vez que lo consiguiera este cuerpo mío sería una marioneta en sus manos , manejando los hilos de mi debilitada voluntad.
En vez de chatear con amigos o hablar con gente, que más intranquilidad y desasosiego me acarreaban, siendo consciente de que era yo el que esta vez tenía que comerme a quien si no lo hacía me eliminaría, busqué un buen psiquiatra y comencé online un tratamiento. Sus palabras me eran de gran fuerza y, en vez de tanta comida, tuve que a mi dieta unirle esas pastillas que serían como las espinacas para Popeye. Me puse tan fuerte que cuando me dijeron que comenzaba la desescalada que se iniciaba la nueva normalidad grité con alegría:
-“Ya soy un hombre nuevo!”
Me había dejado mi celosa y posesiva novia, no tenía trabajo; pero contaba con los siempre firmes pilares de mis padres y hermano y, sobre todo, mi interior, gracias a seguir lo que me recetaron, había quedado limpio de esa otra plaga . Se había marchado ese monstruo que era un huésped, un ocupa maldito que me pudo llevar al fin.
Ahora sigo alimentándome pero, ya no soy un depredador de la salud de mí misma persona. Como lo preciso y necesario y me preocupo mucho de sostener en equilibrio algo más trascendente que tener la barriga llena, mi salud psíquica; pues si esa está débil, hambrienta y desnutrida nos puede devorar salvajemente.
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