Adolfo Suárez: “La Concordia fue Posible”


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Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

Como si de un enterramiento medieval se tratase, bajo las recias paredes de la Catedral de Ávila, a diez metros de la tumba del exiliado presidente del Gobierno durante la II República, Claudio Sánchez Albornoz, descansan los restos de los Duques de Suárez. Bajo la techumbre gótica del cimborrio milenario, al abrigo de las pinturas de los maestros Juan de Borgoña y Berruguete, la nobleza reposada de alabastro y siglos, acoge de buena gana los restos de Adolfo Suárez, cuyo epitafio describe en breves palabras, lo que en la realidad supuso un logro de nuestra Historia reciente: “La concordia fue posible”.

Títulos nobiliarios a parte, Adolfo Suárez fue el primer Presidente del Gobierno de la Democracia española, con todo lo que ello conlleva. No sólo tuvo que hacer uso de esa concordia, que hoy testimonia su noble sepulcro, sino que por aquellos entonces tuvo que guardar un equilibrio político, ayudándose de una gran dosis de ingenio para unificar esas dos Españas, integrando partidos e ideologías, mitigando odios y animadversaciones. Ciertamente fue duro y complicado pasar de un régimen dictatorial a un régimen democrático, sin hacer sangre y aprobando de paso una Constitución, que afirmaba la soberanía del pueblo y el respeto al pluralismo territorial.

Ahora se le rinden homenajes de todo tipo y se publicarán cientos de libros, pero no olvidemos que estamos en España, donde sólo valoran a uno cuando está muerto o poco le queda para ello. Suárez no ha sido la excepción, de hecho en su tiempo terminó siendo víctima de los que al principio le aplaudieron y encumbraron. Respetado en los primeros momentos de la transición, fue después denostado, criticado, traicionado y hasta postergado, a pesar de la papeleta que le tocó lidiar y mantenerse mayestático ante Tejero y los golpistas. Son esas bromas de mal gusto de la historia, de las que Adolfo Suárez no ha sido el único damnificado. En él prevalece la famosa frase “vales más por lo que callas, que por lo que cuentas”. Hubiera sido interesante conocer más sobre sus vivencias y memorias antes de que su memoria le fallase.

Hombre hábil, supo evolucionar con los tiempos, desde la Falange hasta la socialdemocracia del CDS. Eso sí, sin perder de vista que España se merecía algo mejor, que los españoles tenían que evolucionar bajo una transición sin convulsiones, sin retornos. Y para ello resultaba fundamental aunar voluntades mirando al futuro, pero sin olvidar el pasado. Como él decía: “Yo no creo que el pueblo español haya estado encantado jamás. La Historia no le ha dado motivos”.

En ese contexto cesariano, de pacificador y traicionado, Suárez pudo tejer nuestra democracia entorno a una Constitución pionera y unificadora de voluntades. Como dijo por entonces, y fue su frase de cabecera para siempre: “Puedo prometer y prometo intentar elaborar una Constitución en colaboración con los grupos representados en las Cortes, sea cual sea su número de escaños”.

Tras su logro, traducido en concordia, transición, y porque no, mirar para otro lado, la democracia floreció a la sombra de la omnipresente figura institucional de la Corona. Aún así, Suárez siempre se entendió marcado por el pasado, atrapado en un problema que parecía insoluble. Había devuelto la soberanía al pueblo español e intentado conciliar las vidas de víctimas y verdugos bajo el auspicio de la Carta Magna, pero también era consciente de todo el camino que quedaba por andar. Desde entonces tenemos que confesar que hemos bajado la guardia, y algo que era un regalo, lo hemos convertido en un híbrido de despropósitos, en los que la libertad y lo democrático brillan por su ausencia, suenan hasta extraño y utópico, a todas las escalas, en todas las instituciones. La avaricia y la corruptela han roto ese saco de la deseada concordia.

Antes que el Alzheimer borrase de su mente una etapa crucial de nuestra Historia, Suárez fue consciente que la democracia no iba a curar todos los males de nuestra sociedad, que “es solo un sistema de convivencia. El menos malo de los que existen”. Su muerte marca el final de una larga etapa, con sus luces y sombras, de concordia, sí, pero también de necesaria regeneración. Nuestra democracia tiene que evolucionar, tenemos que ponerle alas y hacer una transición de la transición, porque en todo este camino andado, nos hemos olvidado de donde venimos y a dónde vamos. La corruptela política, el descrédito de las instituciones y la profunda crisis que padecemos han hecho mella en nuestro régimen democrático, que dormita a la sombra de los leones del Congreso, esperando mejores tiempos. Mientras se enterraba un hombre clave en el nacimiento de nuestra sociedad y valores, miles de personas se manifestaban pidiendo pan, trabajo y techo.

Desde esta dignidad, desde aquella concordia, tenemos que emprender la otra gran empresa que le faltó por hacer a Adolfo Suárez, rescatar y regenerar nuestra moribunda democracia, antes de que sea demasiado tarde. Entre todos tenemos que continuar el camino, para que las promesas terminen siendo realidades.

“Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España… He sufrido un importante desgaste durante mis casi cinco años de presidente (…). Creo que tengo fuerza moral para pedir que en el futuro no se recurra a la inútil descalificación global, a la visceralidad o el ataque personal, porque creo que se perjudica el funcionamiento de las instituciones democráticas”.

Adolfo Suárez González – Duque, político, abogado y Presidente de España de 1976 a 1981 (1932 – 2014 ).

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