Anunciamos tu muerte, proclamamos…


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Rafael Fenoy Rico | Secretario de Comunicación Educación de la Confederación General del Trabajo (CGT)

Comienza la Semana Santa y una inmensa manifestación de la energía del pueblo llena muchas calles de España. ¡Cuántos trabajos!, ¡Cuántas horas dedicadas!, ¡Cuántas esperanzas! Y una buena parte de esto puede quedar en casi nada cuando el tiempo no permite procesionar y hay que volver al templo. En una exposición de foto periodismo se pudo captar, en un instante, la intensidad con que se viven estos momentos. El fotógrafo captaba el momento en que, con profundo desaliento e incluso dolor, reflejado en las lágrimas de algunas personas, se producía la vuelta al templo de la cofradía de la Columna, cuya denominación completa es extensa “Sacramental e Ilustre Hermandad de Nuestra Señora del Rosario de Europa y cofradía de penitencia de Nuestro Padre Jesús atado a la Columna y María Santísima de las Lágrima”. El fotógrafo, desde dentro del templo, captaba, en un claro oscuro imposible, el amplio abanico de rostros aquejados y miradas severas tras alguno de los capirotes.

Sólo ese sentir, y hacer, de tantas personas, reclama un profundo respeto. Aunque no se compartan los sentires; aunque el ambiente carezca de “recogimiento”, aunque, en la multitud expectante, no cale el mensaje, aunque los adornos, las formas, lleguen a impedir captar el fondo; es digno de consideración el enorme esfuerzo y trabajo que miles de personas desarrollan para materializar la llamada “carrera” de sus pasos o tronos. A quienes ven, en estas fechas, exclusivamente colorido festivo, muestra cultural, antropológica, boato y pompa, les será difícil acceder al mensaje que perciben quienes creen en la conmemoración de un hito en la historia de la humanidad, al menos en occidente, y que arrastra una antigüedad de más de dos mil años. Porque cada Semana Santa se escenifica en las calles la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. ¿Ficción o realidad?, a la persona creyente le trae sin cuidado porque vive la experiencia de “Cristo”, de su Cristo, de aquel que sin dejar de ser hombre también “es Dios”. Sintonizan con el dolor inconmensurable de una madre que presencia impotente la agonía de su hijo. Y a estas personas les trae al pairo disquisiciones filosóficas sobre mito o verdad.

Sin embargo hay quienes están muy interesados en hacer distingos e incluso aislar al conjunto de creyentes, adjudicando este concepto sólo a quienes manifiestan creer en una deidad. No obstante parece oportuno preguntarse si en el fondo todas las personas, religiosas o no, comparten la esencia de una FE que pone al prójimo en el núcleo esencial de cualquier mensaje. Formando parte uno mismo de la raíz de ese prójimo “próximo”. Siendo la humanidad el conjunto de prójimos que realizan juntos un viaje a la buena ventura, en compañía, ayudándose mutuamente para mejor vivir en paz y felicidad. Y esa FE no es patrimonio exclusivo de quienes viven religiosamente el misterio de la vida.

Por eso todas aquellas gentes de buena voluntad pueden entonar el núcleo esencial de la semana santa. Una semana que debería ser como cualquiera de las 52 que conforman el calendario anual. Porque todas las personas pueden manifestar día a día, de forma activa, ese “Anunciamos la muerte. Proclamamos la resurrección. Ven justicia y amor.” Proclamar la muerte del “hermano”, los abusos y exclusiones, las esclavitudes, la explotación, la injusticia. Y, actuando para remediar, para evitar, anuncian la resurrección de la fraternidad, del amor, haciendo una llamada a que venga de nuevo, para que renazca, la dicha perdida, la esperanza rota, la voluntad transformadora.

Aunque las jerarquías eclesiásticas y los poderes políticos pretendan separar a unos grupos de otros, mezclando sus particulares intereses, las gentes de buena voluntad siempre están hermanadas y unidas por la FE en que otra sociedad más humana es posible.

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