Aristocracias electorales


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Rafael Fenoy Rico | Secretario de Comunicación Educación de la Confederación General del Trabajo (CGT)

No es infrecuente que se oigan voces, o se lean textos, que enarbolan la bandera de la elección de los “mejores” cuando llegan las citas electorales. Claro que el pueblo “soberano”, un solo día de los siguiente 1460, es el que debe analizar las distintas ofertas electorales y decantarse por una de ellas, al menos eso dicen quienes publicitan las bondades del parlamentarismo partidario burgués. Llama la atención, sin embargo, que precisamente algunas de aquellas personas, que abundan en las bondades del sistema electoral, argumenten contra la organización de sectores populares para presentarse a las elecciones. Tachando de “asamblearismo” lo que es la simple y llana forma de hacer posible la adopción de acuerdos de la manera más participativa que la humanidad conoce. Y ya se sabe que los “ismos”, en ocasiones, denotan un cierto menosprecio. No obstante, aunque no quieran reconocerlo, los “peros” que se le ponen a estos movimientos asamblearios, se sostienen en un inconfesable (políticamente incorrecto) sentimiento de pertenencia a una élite aristocrática que, ¡esa sí!, esa entiende, esa sabe y esa se maneja estupendamente, electoralmente hablando. Mejor que los mejores, son los “listos” de ese mundo político que pretende constantemente quedarse con el respetable.

Miraban dos personas “normales” a otra que, al menos en apariencia presentaba una disminución de sus facultades intelectuales, y le dice una “normal” a la otra “normal”. <¡no te equivoques!, que ese también vota>. Otras veces se escucha aquello de: ¡El pueblo!, ¿el pueblo que sabe?…. Y es que aquellas personas que se sienten, más, ¡mucho más! que otras, no asumen que todas las personas tienen igualdad de derechos y deberes. No entienden como no se pone algún requisito de inteligencia, al menos, para que quien vota “sepa lo que hace”. También han perdido la memoria, ya que estos son los herederos de los poderes burgueses que sólo otorgaban derechos a quienes gozaban de propiedades no hace mucho. Y es que el sentimiento aristocrático está fuertemente arraigado en el pensamiento burgués y en esto de las elecciones se nota ¡y mucho!. En el fondo, y en la forma, es otra lectura de aquel “porque no soy tonto”, que en trágicos momentos históricos legitimó la selección para el exterminio de grandes colectivos humanos.

Este sentimiento aristocrático, ese buscar a los mejores y dejar sólo a ellos ofrecer propuestas electorales al pueblo, se proyecta desde los grandes partidos políticos, que no asumen que se les ha pasado el “arroz”. Porque en pura y dura clave electoral deberían esperar, como mínimo, que nadie les votase, ya que la lógica, la perversa lógica electoral, que ellos propugnan, se sustancia, como más de un político espeta cuando se le piden explicaciones, en que “si no te gusta lo que hacemos o no hacemos lo que entiendes necesario, no nos votes”. Otro gallo cantara si, a esta aristocracia política, el pueblo le cortara la cabeza en las urnas.

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