Barrioseando, por J. Mena


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Aunque ya esté incorporado en nuestro lenguaje, en su origen, el uso del término corrupción, se usaba para referirse a la res pública como metáfora. Y como en toda metáfora, se proyecta una idea del mundo, es decir, otra forma de ver las cosas. Es una metáfora presuponer que Los Barrios es un ser vivo afectado por gérmenes que lo corrompen. Gérmenes que vienen de afuera, una enfermedad que hay que extirpar. Y una vez extirpada, La Villa Los Barrios recuperaría el vigor y la salud original. Pero también puede suceder que la corrupción avance, que los anticuerpos no puedan hacerle frente y acabe matando a la Villa.

Esa es la idea que prevalece en el pueblo. Con este tema la oposición se apresura a aclarar que este episodio es una infección que se atajará con una buena dosis de antibióticos judiciales. Un par de chutes de leximicina por el Tribunal Superior de Justicia y a otra cosa. A seguir disfrutando de la res pública. Es una metáfora médica muy conveniente y muy tranquilizadora para los defensores sin fisuras del tinglado tal y como funciona ahora, pero cabe preguntarse si esta corrupción es consecuencia de una enfermedad o si, por el contrario, es una consecuencia natural de la forma en la que está estructurado el gobierno municipal barreño. En ese caso, la metáfora médica ya no serviría, a no ser que hablemos de una enfermedad autoinmune y genética, pero una metáfora que hay que explicar y detallar no es metáfora ni es nada.

Pensemos un instante. Con malicia, eso sí: en este sistema, casi todos los servicios y prestaciones, por ley, debe proveerlos la administración. Debe recoger las basuras, construir autopistas, gestionar el transporte público, vigilar que los coches pasen la ITV, construir viviendas de protección oficial, hacer radiografías, programar temporadas de petancas en los parques públicos, hacer el concurso de la Calabaza más grande del pueblo, etc. En fin, imagínense. Pero las administraciones no hacen estas cosas directamente, con su estructura y su personal a sueldo, sino que la mayoría las delega. Así, un montón de empresas privadas hacen cosas de las que la administración es responsable. Lo hacen en nombre de la administración y, por supuesto, cobran por ello. De acuerdo: hay mecanismos de concesión y de concurso público sometidos a la ley y a los tribunales, para que se cumplan. Pero, ¿no es este sistema una invitación irresistible a la corrupción? ¿No es un sistema perfecto para que los políticos paguen favores, coloquen a cuñados o hagan la puñeta a sus enemigos? ¿Qué concurso o concesión pública es lo bastante estricto y transparente como para impedir que mangonee en él quien tiene la capacidad de mangonear? No hace falta incurrir en algo descarado: basta con diseñar un concurso público que valore las características concretas que sólo la empresa de tu primo tiene. Caben mil y una sutilezas en este entramado. Hay mil pequeñas trampas, mil pequeños tejemanejes que, sin salirse en absoluto de la legalidad, amparan este sistema: concesiones que se deciden en cenas y no en despachos de técnicos, sobreprecios que se apalabran en pasillos… Y las dos frases que más se escuchan en el Ayuntamiento de Los Barrios: “¿Qué hay de lo mío?” y “Dile al chaval que venga y que diga que va de mi parte”. El consistorio podría gestionar todas esas cosas él mismo para ahorrarse estas tentaciones. Pero, claro, eso sería comunismo o algo así. Iría en contra del libre mercado. Y no queremos contrariar al libre mercado, ¿no?

Así pues, consuélense con metáforas cutres si quieren, pero aquí el que no corre, vuela. Quizá para usted, el Ayuntamiento sea el garante de la convivencia y la forma más sofisticada y racional de organizar un pueblo. Para ellos, sólo es una tarta que hay que zamparse rápido, antes de que venga otro y se lleve más trozo. Vamos, creo yo.

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