Chanel para una mofeta

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Julio C. Pacheco | Funcionario

Finiquitada ya otra Semana Santa más. Unos la han vivido desde el fervor religioso, otros disfrutándola por lo civil, y otros han conseguido trabajar unos días que como vienen dadas, no es poco. Aproveché uno de estos días para echar un vistazo al correo, el del buzón de toda la vida. Ése que todavía se resiste ha ser fagocitado por Internet y que se apilan sus cartas encima de alguna mesa, si no es nada urgente que estemos esperando. Las mismas de los amigos inseparables de siempre: bancos, facturas, publicidad, alguna que otra suscripción, alguna notificación administrativa… Me quedé especialmente pensativo con una, el aviso del vencimiento de la póliza de decesos. Sí, ésa, la de `los muertos’. Está claro que desde el hogar, la vida, un viaje, la Visa, el perro, el coche, la suegra si se tercia… pretendemos meter nuestra vida en un gigantesco preservativo. A veces, para los que estamos hipotecados o tenemos un cochecito, `a la fuerza ahorcan’.

Es la de `los muertos’ la que me hace pensar. No en nada negativo. Ninguna figura con túnica negra esgrimiendo una amenazante guadaña. Todo lo contrario. A mí todavía me extraña la poca diversidad que hay en esta modalidad. Te dan a elegir la categoría, dentro de ésta incluyéndote toda la parafernalia habitual con sus mejores o peores calidades. Mandarte al campo santo o tostarte, vuelta y vuelta. Vamos que te dan tanta temperatura que no queda de ti ni la piedra que tenías en el riñón, que te ha estado dando la lata un montón de años, y que mientras has estado vivo no han tenido narices de dar con ella para quitártela. Vamos que te hacen un `arreglo global’ como se conoce por estos lares cuando quieren hacer que se esfume algo. Y todo ello sin ofrecerte la posibilidad de unos mariachis o un cuadro flamenco, como mucho te ponen un solemne réquiem enlatado. La póliza es la póliza y aunque lleves 50 años pagando, tienes que ser serio hasta para diñarla.

Pues volvamos a la realidad, la cruda realidad. Después de estas divagaciones, más propias de una sobredosis de incienso de las recientes fechas pasadas, la realidad manda. Volvemos al día a día, con sus noticiarios llenos de buenas nuevas. La ciudadanía, anteriormente conocida como pueblo, continuamos noqueados. Algunos prefieren denominarlo desafecto. Lo cierto es que después de los golpes recibidos de la diestra y siniestra política, por el paro, por la desesperación, por la corrupción, estamos absolutamente noqueados. Es esta última, la corrupción, una podredumbre de inoculación aparentemente generalizada. Algún que otro clarividente de boca ancha la arreglaría con el tratamiento del doctor Guillotín, pero yo estoy convencido que se pueden hacer las cosas de otra forma. Está bien claro que si no se limpian bien las infecciones será el tratamiento como echarle Chanel Nº 5 a una mofeta. Con algo absolutamente garantizado, va a sobrar mucho espacio vacío en las urnas.

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