Chávez


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José Antonio Ortega Espinosa | Periodista y escritor

Se calló ya el hombre para los restos. Habrá incluso quien duerma más tranquilo a partir de ahora. En Langley, Virgina, seguro. Por aquello de que allí se encuentra la sede central de la Cía. Se lo exigió el Rey de España una vez. ¿Lo recuerdan? En aquella decimoséptima Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, celebrada en Chile en 2007. Y poco más de cinco años después Su Excelencia Hugo Chávez ha hecho mutis por el foro, por el gran foro de este mundo.

Murió el comandante. El pionero en el auge de lo que podría llamarse –en realidad hay quien así lo ha llamado ya– el neocaudillismo latinoamericano democrático. Para diferenciarlo del caudillismo golpista de pasadas décadas. Un fenómeno político, muy heterogéneo en su origen, propio de los países de América Central y América del Sur, expresión quizá de un atavismo tras el que se halla no sólo la idiosincracia de su muy variopinta población, indígena o criolla en buena parte, sino también la profunda y arraigada influencia española.

Pero no se inquieten, que no es mi intención hacer aquí un panegírico ni tampoco una diatriba contra la figura del presidente recién fallecido de la República Bolivariana de Venezuela. Si acaso, sí decir en su favor, o más bien en su descargo, que su irrupción en escena en la historia latinoamericana a lo largo de los últimos años puede entenderse y, si me lo permiten, hasta considerarse justificada.

Se entiende, en efecto, si nos atenemos a las circunstancias y a las condiciones que incluso en las postrimerías del siglo XX, a pesar de los posibles avances en sentido contrario, ha seguido viviendo el continente sudamericano, siempre sometido, queriéndolo o sin querer, al poder y las injerencias del imperialismo colonial norteamericano. Un dominio económico y cultural que explica, por ejemplo, que en Caracas, Bogotá, Lima, Río de Janeiro, Santiago o Buenos Aires, amén de un sinfín de ciudades desde Méjico hasta la Patagonia argentina a los centros comerciales se les llame “shopping center”. O que el dólar haya sido tan utilizado como la moneda nacional en la mayoría de los países, hasta para transacciones en el ámbito de las economías domésticas, al menos en tanto no existió el euro.

Igual que se entiende, teniendo en cuenta tal contexto, la irrupción de epígonos como Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador. O en su día –lo digo desde el punto de vista histórico-sociológico, no desde el de la ideología, y, por tanto, sin ánimo de levantar ninguna clase de ampolla en nadie– la revolución cubana. Aunque sólo fuera para dejar claro que América sí es para los americanos, pero para todos los americanos, no sólo los que viven al norte de la frontera de Río Grande.

Con esto no me desdigo, en absoluto, sobre lo que en otras ocasiones he dicho y he escrito respecto al difunto caudillo venezolano. Todo lo contrario. Siempre he creído que era un demagogo, un populista, hasta fanfarrón, a veces. Y lo sigo creyendo. Es lo que suele ocurrir con la mayoría de los que, en política, van por ahí de héroes y de salvapatrias. Lo que pasa es que también los locos –y, si me apuran, sobre todo los locos– tienen su momento de lucidez.

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