Danzad Derviches, Danzad

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Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

En la larga dualidad que nos atenaza como seres humanos, en la presión de las circunstancias que determinan la existencia de cada uno de nosotros, nos movemos como marionetas autómatas por nuestro cuadriculado mundo de rutinas, de cola en cola, de desengaño en desengaño, siempre marcados por las gracias y miserias que a cada uno quiso Dios otorgarle. Manipulados por invisibles y longas manos que predeterminan hasta los más insignificantes estereotipos, arrancamos una hoja más del calendario, quizás olvidando las opciones que trae una vida más digna y aquellas danzas de fertilidad antiguas, esas libertades y sueños que sólo existen en los libros de los pensadores y que las musas, celosas de su secreto, aún nos insuflan sin que nos demos cuenta, dándonos los suficientes bríos para continuar por el tortuoso camino. Aquél que parte de las ancestrales cavernas donde habitan los dioses y llega hasta la mullida almohada, donde reposa nuestra testa, colmada de confusos recuerdos y sueños por conseguir.

Mecánicas divinas ordenan nuestros devaneos mundanos, llenos de prisas, protocolos sociales y colas interminables hasta para ir al baño. En el materialismo programado que rige nuestra existencia, no es de extrañar la esquizofrenia colectiva que padecemos, exentos de la enfermedad del beso y plagados de complejos y aspiraciones no confesadas. Presas de un nihilismo que todo lo invade, guiados por un mecanicismo de reloj que provoca convulsiones sociales y económicas, rememoramos un milenarismo cool, a la vez que comprometemos nuestra sensibilidad con tanta noticia aciaga y tantas mentiras envueltas de verdades rotundas. Danzando como derviches del trabajo a casa y de casa al trabajo, hallamos la existencia en el mareo equilibrado de un baile sin fin, regodeándonos en nuestra miseria, en debates estériles y tardes de futbol para lobotomizados. Y no digamos nada de los que contamos con todo el tiempo del mundo para pensar, para hacer todo, para no hacer nada. Somos ya legión los girínidos que sobre lodazales de charcos y estadísticas del Instituto Nacional de Estadística formamos parte de ese milagro español que es llegar si quiera a finales de mes, sin fruncir además el gesto.

Y mientras tanto, danzad derviches, danzad, en este maratón de baile en el que se ha transformado nuestra existencia, siempre al compás del tambor turco, los crótalos y la flauta de pan, aunque no se tenga un mendrugo que llevarse a la boca, aunque exista voluntad de hacer algo y el teléfono enmudezca durante meses . Ya hay tres millones de pobres hurgando en la basura amontonada en esta vieja piel de toro; ya son veintiséis mil más los nuevos danzantes, girando y girando, en filas ordenadas cual hormigas, entrando y saliendo de las oficinas de empleo, engordando las nuevas estadísticas de políticas erróneas y recortes cobardes, sin esperanza de cambio, vagando noche y día por la ruta del colesterol.

No se ve algo identificado Usted, trabaje o no, con este girar eterno de acontecimientos. Mire para sus adentros, la danza giratoria está cosida a nuestra piel, siempre con esa sensación amarga en la boca de pérdida de tiempo. Y no se confunda, la danza de los derviches no es al azar. Como el zigzagueante vuelo de la polilla alrededor del farol, cada  movimiento, cada gesto, simboliza siempre algo. Los giros se practican según determinadas reglas, la mano derecha se coloca extendida hacia lo alto con la palma mirando hacia el infinito y la mano izquierda se dirige hacia la tierra, es decir, lo mundano. Una difícil unión entre lo divino y humano, lo material e inmaterial, que discretamente se atrevió a ilustrar Rafael Sancio o Urbino en su enigmática “La Academia de Platón”- por cierto, que buen fichaje haríamos para enderezar este barco que se va a pique con aquellos sabios de sabios: Zenon de Elea, Epicuro, Federico II Gonzaga, Empédocles, Averroes, Pitágoras, Alejandro Magno, Jenofonte, Hipatia de Alejandría, Parménides, Sócrates, Heráclito, Diógenes de Sinope, Plotino, Euclides, Zaratustra, Apeles, El Sodoma o Ptolomeo.

La ceremonia de los derviches giratorios, de nosotros mismos al fin y al cabo, ilustra nuestra vida diaria, emulando la naturaleza giratoria de todo lo que se encuentra en la naturaleza, desde las galaxias al pensamiento, desde la ruleta hasta los átomos. Rodar rítmico de hordas de insectos que en los últimos tiempos bailamos todos al mismo son, al que marcan los palmeros del universo parasito y cuentas en paraísos fiscales, que usan el tiempo de sus vidas mercenarias y pusilánimes en jodernos la existencia, mientras giramos y giramos como peonzas, como moscas agonizantes en el alféizar de la ventana.

El sufismo que nace de nuestros giros, de nuestra santa paciencia, sólo tiene de importante la constante búsqueda de la verdad y la habichuela, la superación del ego propio, la cercanía a la perfección que nunca hallaremos. En estos viajes alquímicos de parados de larga duración, nuestra personalidad se hace jirones y la cronicidad de la miseria se hace patente, al compás de la desprotección social y el derrumbe de las relaciones familiares. Aún así, entre tanta podredumbre siempre nos quedará el regocijo de alcanzar el clímax giratorio y regresar del viaje espiritual a ninguna parte para poder contarlo, sin ataduras ni merienda. Y si no tenemos pasaporte para migrar a los paraísos perdidos, habrá que seguir girando y sobreviviendo, que al que menos el baile le ha de servir como transformación personal, para valorar quizás lo que nunca valoró. El tiempo da para mucho pensar, para mucho girar y girar, hasta olvidarse de uno mismo.

Las puertas del pensamiento, como las que flanquean nuestra vida, nunca son puertas de atrás, no están cerradas a cal y canto. Nuestras puertas son grandes y anchas, de arco de medio punto, y nunca diríamos que son puertas de atrás, esas falsas que utilizan los ilusionistas del vulgo, esas por las que siempre se zafan los mezquinos. Esas otras puertas de porqueriza las dejamos para los que hacen de la mentira un arte y se deleitan mirándose al ombligo y la ruina ajena. La situación de crisis ha engendrado más de cuatrocientos mil millonarios que contrastan con los más de tres millones de pobres y casi cinco millones de parados. Mayor riqueza detentada en menos manos.

Danzad derviches, danzad, y poner como colofón al baile un buen corte de manga, que será lo único que os dejen hacer. Que casualidad que derviche literalmente signifique “el que busca las puertas”. Venga, sigamos con las palmas, las estadísticas y las mentiras, y a seguir danzando derviches, hasta que el cuerpo aguante.

“La forma es vacío, el vacío es forma; la forma no difiere del vacío, el vacío no difiere de la forma; lo que sea forma, es vacío; lo que sea vacío es forma. Así también son las sensaciones, percepciones, impulsos y la consciencia.” El Sutra del Corazón.

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