El arreglo de la iglesia de San Isidro Labrador

>

 

José Antonio Ortegaj | jaortega@jaortega.es - www.jaortega.es

La demagogia no es patrimonio exclusivo de quien gobierna o tienes aspiraciones de gobernar. También es un recurso utilizado por muchos de quienes no se dedican directamente a la actividad política pero participan en ella desde diferentes ámbitos, tales como el sindicalismo, el asociacionismo, los movimientos ecologistas, el mundo de la cultura e incluso el de la comunicación. Digo esto con ánimo de salir al paso a las críticas que la Agrupación Territorial por una Europa Laica de Cádiz –creo que así se llama- ha vertido recientemente contra el Ayuntamiento de Los Barrios y su intención de asumir el coste de determinados arreglos que se precisan llevar a cabo en el templo parroquial de San Isidro labrador.

De todos o casi de todos es sabido que no soy lo que se dice un capillita y que tampoco soy persona de convicciones religiosas, sino, en todo caso, de dudas, y no de pocas, sino de muchas. Como de todos o casi de todos es sabido igualmente que no comulgo en absoluto con quienes en la actualidad son responsables del Consistorio barreño y gobiernan este municipio, sino más bien todo lo contrario. Pero he de afirmar que no comparto las tesis laicistas del citado colectivo, cuya existencia, por cierto, ignoraba, como ignoraba también su interés por lo que pasa en esta villa. No las comparto, al menos, en lo que afecta y se refiere a Los Barrios. Y no sólo no las comparto, insisto, sino que hasta me han sorprendido.

El templo parroquial de San Isidro Labrador, que es –todo hay que decirlo– una de las obras arquitectónicas de su clase de las más interesantes y bellas de la comarca del Campo de Gibraltar, levantada entre los siglos XVIII y XIX, no es de titularidad privada, aunque así pueda constar en el registro correspondiente a instancias del obispado de la Diócesis gaditana, si es que consta, sino propiedad de todos los que nos consideramos barreños, ya sea por nacimiento o por adopción. Yo no sólo no participo en la comunidad parroquial de esta localidad, sino que ni siguiera formo parte de ella, pero, como ciudadano de este pueblo, en el que nací, crecí, me eduqué y resido, siento la iglesia como mía.

Cuando hablamos de llevar a cabo mejoras en la parroquia, esto es, labores de restauración de elementos que se encuentran en mal estado por el paso del tiempo, de lo que estamos hablando es de mantener y preservar para la posteridad un edificio histórico con casi tres siglos de existencia –se empezó a construir allá por 1727– y no la casa-chalet de un particular ni nada que se le asemeje.

Es verdad que, de acuerdo, con la legalidad vigente son los propietarios de bienes de valor histórico-arquitectónico los responsables de su conservación, pero no es menos cierto también que las administraciones públicas están obligadas a contribuir en la medida de sus posibilidades.

A fin de cuentas, la iglesia es un monumento emblemático del centro de la población cuya presencia genera beneficios al atraer la atención de los visitantes, como reclamo cultural y turístico, y la inversión que precisa –pues no hay que olvidar que el arreglo previsto constituye una inversión y que como tal ha de considerarse, por pequeña que sea– no será muy gravosa para las arcas municipales.

Ahora el demagogo puede que sea yo, pero no me resisto a señalar que, aunque sólo sea por la labor social que la comunidad parroquial lleva a cabo –sobretodo, a través de Cáritas– de la mano de su director espiritual, Yelman Bustamante, persona excelente y querida, y de la mano de otra mucha gente solidaria y comprometida, la feligresía de Los Barrios se merece el detalle.

Noticias de la Villa y su empresa editora Publimarkplus, S.L., no se hacen responsables de las opiniones realizadas por sus colaboradores, ni tiene porqué compartirlas necesariamente.

Noticias relacionadas

 
17 mayo 2024 | José Antonio Hernández Guerrero
La relación entre la Biología y la Ética
 
17 mayo 2024 | Patricio González García
El futuro es ayer
 
14 mayo 2024 | Álvaro Moya Tejerina
El “harakiri” de Los Barrios 100×100