El cierre del Instituto de Cervantes en Gibraltar

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José Antonio Ortega | jaortega@jaortega.es - www.jaortega.es

La semanada pasada supimos de la noticia sobre el probable cierre del centro del Instituto Cervantes en Gibraltar. Y oímos también las declaraciones sobre el asunto con las que se despachaba nuestro ministro de Asuntos Exteriores, don José Manuel García Margallo. Todo ello como consecuencia de una decisión –si es que esta finalmente se confirma, cosa que ignoro en el momento de escribir estas líneas– errónea y lamentable del gobierno del Partido Popular, que en su política hacia el Peñón creo que se equivoca y, lo que es más grave, se equivoca adrede, esto es, a sabiendas.

No voy a llevar a cabo en esta columna una reflexión –que tal vez ni siquiera venga a cuento– sobre la lacra que, a mi entender, y al entender de muchos con conocimiento de causa suficiente, en pleno siglo XXI supone para Europa tirar del patriotismo barato y, encima, hacerlo de manera hipócrita. Pero permítanme que les diga que, a juicio de un servidor, si alardear de un exceso de celo por la patria es ya de por sí anacrónico y hasta contraproducente en un espacio el europeo que se encamina –siquiera sea a trompicones– hacia la integración, peor es aún hacerlo tendiendo hacia la confrontación en lugar de la cooperación y el entendimiento.

No se hace proyecto de país de ese modo, creo yo. Ni se construye una identidad nacional por oposición a la del vecino. (Incluso aunque el vecino así lo haga). Y, si se ha de actuar de forma tal, porque lo dictan los manuales y porque otra vía no hay, quizá sea mejor ir pensando en mandar todo proyecto de ese tipo a hacer puñetas. Pues, en un mundo global, interconectado, como el nuestro, ese modelo de reafirmación patriótica ha quedado, por suerte, absoluta y completamente desfasado.

No sé qué opinarán ustedes, pero para mí resulta tan obvio que la única senda de progreso y civilización entre los pueblos es el diálogo que contra todo lo que no vaya en esa dirección no me queda otra que rebelarme. Y rebelarme, por supuesto, con la única arma que debiera existir para dirimir cualquier clase de conflicto humano, la de la palabra.

La resolución del gobierno de Rajoy con respecto a la presencia del Cervantes en Gibraltar no sorprende. Ni sorprenden las palabras de nuestro ministro con motivo de la misma. Son la expresión de un sentir un tanto fariseo. El de quienes se dan golpes de pecho presumiendo de su españolidad y su inquebrantable amor a España al tiempo que se llevan los dineros a Suiza o vete tú a saber dónde y defraudan a nuestra hacienda pública todo cuanto pueden y más.

El citado centro, de la mano de Francisco Oda, ha desarrollado hasta la fecha una importante labor de difusión de la lengua española en el Peñón y de intercambio cultural entre la población llanita y la campogibraltareña. Constituía un puente de unión entre ambos pueblos que desde su apertura venía dando frutos. Y puedo dar fe de ello por la parte que me toca. No sólo porque he seguido con atención su actividad, sino porque en más de una ocasión he asistido a los actos de interés que ha organizado y –aunque sea lo de menos– porque también tuve la oportunidad de presentar y dar a conocer allí –en enero de 2012, si mal no recuerdo– el último libro que hasta ahora he publicado.

Tensar las relaciones con Gibraltar no sé si beneficia a alguien. Probablemente sí, pero desde luego no a la mayoría de quienes vivimos en este rincón del sur, a uno y otro lado de la Verja. Puede que haya en esta comarca a quien le preocupe mucho el color de la bandera que ondea allá en la Roca. No obstante, a este que les escribe una cuestión como esa le importa un bledo y no por ello –lo aseguro– se siente menos español que nadie.

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