El Tonto Útil


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Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

Con el despertar de la primavera, crecen las flores y se multiplican los tontos. La variedad de tarugos es asombrosa: Los hay matemáticos como los tontos al cubo o al cuadrado, y los hay vocacionales. Algunos sólo lo parecen y otros llevan un adoquín por cara. También hay quienes no se han enterado lo mendrugos que son, como el cornudo, que es el último en enterarse. Un nutrido grupo aspira a ser simple, mientras que otros traspasan la majadería, asumiendo su idiotez como una cuestión circunstancial e interesada. Finalmente los hay que asumen su rol social de zonzo como parte de su existencia, no sabiendo si pisan por momentos el territorio del opositor a lameculos – muy demandado en estos tiempos de crisis – o son gilipollas natos, manipulados por los sabios del poder que cortan el bacalao. Lo único cierto, en esta carrera meteórica y pasmada, es que todos somos aspirantes a bodoque, pudiendo profesionalizarnos como imbécil de turno o quedarnos por el camino, como simples aprendices de tontolabas.

España siempre ha sido tierra de listillos, pícaros e idiotas, en diversos grados de intensidad. Habrá quien discuta si los tontos nacen o se hacen, pero lo que nadie puede discutir es la presumible “utilidad” del memo, y el manejo y provecho que se le saca al burro ocasional. Habrá tontos que realmente sean útiles, como habrá quienes se crean útiles y a quienes se les crea útiles. También por supuesto los hay que no sirven ni para estar escondidos, como también hay algún que otro analfabeto. En nuestros tiempos se aprovechan muy bien las amplias cualidades del lerdo y torpón.

Como decía Winston Churchill, “el problema de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles sino importantes”. Los importantes mueven el mundo y al majadero, que si además es “útil”, mucho mejor. Los ceporros son crédulos como niños, trabajan bien por un ideal inducido y encima son imbéciles, que más queremos. Como decía Séneca, “no hay cosa honesta que no sea útil”, y el tardo, además de zote, suele ser honesto, y por ende manejable por los ventrílocuos del poder. En la tela de araña en la que se ha convertido nuestra sociedad, la política oportunista y la testarudez comparten colchón, convirtiéndose en conditio sine qua non para portar ese carne de militante en platos rotos, por el que venderían a su madre, y todo para comerse un bocadillo de mortadela. El tonto no es el que dice tonterías, ha trascendido de palmero y aborregado a no es más tonto porque no entrena. Y qué podemos decir del tonto de remate, rayando la locura y el fanatismo, o los licenciados vidrieras, sabedores del “todo y nada”, maestros liendres.

Confesemos, todos llevamos un tonto dentro. Un botarate que se hace presente en todas las ocasiones que sean precisas, para alcahuetear de todo Dios, hacer bulto en el mitin político y la junta vecinal, para hacer cola en el servicio y sostener el carajo de su amo. Hay quienes esconden su tontura por vergüenza torera y los que se inmolan en su estupidez. Como también están los que se jactan y enseñorean en su torpeza. Este fenómeno es mundial, se da en todos los estratos de la sociedad. Allá donde se posen los ojos, hay papanatas a mansalva, y las estrategias políticas y los intereses inconfesables han creado demasiados semilleros de cantamañanas y caraduras con renovadas expectativas. Las fuerzas vivas provocan la floración temprana de estos capullos, útiles por necesidad y mansos por convicción, para distinguirlos del resto de zopencos de espalda ancha y amistades arrimadas, como enjambres de moscas de mayo. Ya lo decía Pío Baroja: “Sólo los tontos tienen muchas amistades; el mayor número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez”.

De entre todos los necios sobresale por su status quo el “idiota útil”, ese que sirve a los intereses espurios de terceros y es librado del insulto rudo de majadero. Como tantas cosas en esta vida, el “tonto útil” tiene su acepción en la política del partido comunista ruso. Aunque ya había merluzos útiles pintando bisontes en las cavernas, el bautizo vino de la mano de Carlos Marx y Lenin, que concebían a los “tontos útiles” como aquellas personas que al luchar por un ideal, terminaban resignándose a ser simples instrumentos de un grupo político cerrado, sirviendo a los objetivos del partido, siendo conscientes o no de ello. Luego el significado se globalizó y prostituyó, extendiéndose por todas las nuevas economías neoliberales y los partidos de derechas.

Todos sabemos que en nuestro país está de moda el hacer el gilipollas, esta a la orden del día. Aunque los parcos de hoy no tengan el atrevimiento del pituso o la gracia natural y la inocencia del “tonto del bote” – aquel que mendigaba limosnas en la puerta de San Antonio del Prado, como nos recordaba Dionisio Chaulié en el libro “Cosas de Madrid”-, tampoco sufren ya el “sambenito” de la Santa Inquisición y los franquistas, adornando sus cabezas con gorros de cucurucho y pancartas denigrantes. Los tontos del capirote de entonces no son los tardos de ahora, han espabilado, y ahora te hacen un reloj de madera y les funciona. Llegan incluso a mandar, a ser alcaldes, catedráticos y jueces. Los zoquetes ya no quieren ser tontos del culo, y han optado por pasar de “hacer el tonto” a “hacerse los tontos”, sabedores de su demagógica utilidad. En este reino de la mediocridad suenan sabias las palabras del Quijote : “Sabe más el tonto en su casa, que el sabio en la ajena”.

Memos a parte, el tiempo y el reparto sagrado de hostias, al final despiertan a los “tontos útiles”, que terminan conociendo su posición en el circo de pulgas, aunque siempre tendrán la diatriba de volver sobre sus pasos, entregándose a los brazos de la rebeldía, o dejarse llevar por la masa aborregada, muriendo al final del cáncer más extendido, la gilipollez. Porque prestos a ser imbéciles y meapilas, habrá que serlo por completo. Como decía Francisco Umbral: “El gilipollas por definición lo es de cuerpo entero. Se es gilipollas como se es pícnico, barbero, coronel, sastre, canónigo o notario: de una manera genérica y vocacional”. Bueno será reconocer que la metamorfosis humana comienza con la idiotez supina, y termina en el tracto digestivo. Después de todo, como decía Platón, “el hombre es el único animal que observa sus propios excrementos”. La imbecilidad no sólo es cuestión de genes y grados, también las situaciones nos transforman en tontos útiles, bocazas que no saben callarse a tiempo, gilipollas vocacionales frente al espejo. Aún así, no desesperen, lo peor en estos casos no es parecerlo, sino serlo.

“ No somos más gilipollas porque no podemos. Sin duda. La prueba es que en cuanto se presenta una ocasión, y podemos, somos más gilipollas todavía. Ustedes, yo. Todos nosotros. Unos por activa y otros por pasiva. Unos por ejercer de gilipollas compactos y rotundos en todo nuestro esplendor, y otros por quedarnos callados para evitar problemas, consentir con mueca sumisa y tragar como borregos -cómplices necesarios- con cuanta gilipollez nos endiñan, con o sin vaselina. Capaces, incluso, de adoptar la cosa como propia a fin de mimetizarnos con el paisaje y sobrevivir, o esperar lograrlo. Olvidando -quienes lo hayan sabido alguna vez- aquello que dijo Sócrates, o Séneca, o uno de ésos que salían en las películas de romanos con túnica y sandalias: que la rebeldía es el único refugio digno de la inteligencia frente a la imbecilidad ”.

“El Cáncer de la Gilipollez” – XL Semanal, 24/9/2012 – Arturo Pérez Reverte.

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