Madre, todo lo que pueda yo de vos decir
bien tú, madre, ya los sabes.
No hace falta que tus palabras en mis oídos canten,
ya que, con solo una mirada, feliz me haces
porque tus bellos ojos,
esos luceros que irradian la luz de madre
fueron los que me enseñaron a caminar y, a levantarme más fuerte
cuando el terrible traspiés me hace trastrabillar y caer
ya que la luz de una madre marca el sendero de las grandes verdades.
Vuestra mirada es el infinito hilo de suma felicidad
que, con las agujas de tus grandiosas pupilas haces,
consiguiendo que nuestro vestido , el que tú confeccionas,
sea inmaculado , sin dobleces, sin roturas de telas singulares
porque, madre, eres infatigable costurera
que trabajas con constancia y tesón en el familiar taller
y desde la cuna tejías y tejías noche y día
este trajecito modesto pero, para ti, fascinante
porque es todo él seda de las mejores ilusiones.
Cuando me lo pruebas, al vérmelo ya puesto, madre,
yo me siento como aquel niño, con el de marinerito
de mi Primera Comunión , y tú lloras feliz en tanto late
tu corazón al comprobar que pasados los años,
esos que deseabas llegaran, y al mismo tiempo temías, comprobaste,
con goce y fruición, que el traje que con esmero hiciste
es justo el mío, a mi medida, madre,
ni grande, ni pequeño, ni corto, ni largo
porque una madre bien sabe
confeccionar durante nuestra niñez,
acompañada del sastre que se llama padre,
el traje que tiene que durar toda la vida
en ese “obradoiro” doméstico tan valioso y grande
que se llama hogar.
Nosotros hemos de cuidar de que no se rompa ni manche.
En este día, desde aquí ,
doy gracias a ti
porque en esta jornada puedo lucir
mi traje con las mejores galas, el orgullo de ser para ti
tu modelo de prenda de valores.
Felicidades a todas las madres,
porque, estén donde estén, en esta etapa de confinamiento,
o ya mirando desde el cielo,
siempre viven en nuestro corazón
porque para ellas siempre seremos su única razón,
el fruto del más grande amor.
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