La Invasión Rusa de Ucrania


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Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

Tambores de guerra suenan en Ucrania, tras la invasión de la Península de Crimea por quince mil soldados rusos. A las revueltas sociales que derrocaron al presidente Víctor Yanukovich, dividiendo el país en dos sectores – la parte oeste, a favor de la incorporación del territorio en la Unión Europea, y la parte este, pro rusa –, debemos unir ahora la ofensiva rusa, que nos trae a la memoria la olvidada guerra fría. Con el país al borde de una guerra civil y el estallido de conatos separatistas y limpiezas étnicas, Vladímir Putin ha venido a complicar más la situación con su clara intención de anexionarse Crimea, donde existe una mayoría de ciudadanos rusos y tiene la flota rusa su mayor base naval ( Sebastopol ).

Europa contiene la respiración ante la situación prebélica que vive una región azotada tradicionalmente por la depresión económica y las batallas. Rusia, aprovechando la situación de debilidad del país, pretende hacerse con una península que ha sido foco de contiendas y reivindicaciones desde siempre. Sin querer perder su salida al Mediterráneo, Rusia quiere poner orden en sus territorios limítrofes, controlando toda la región del Mar Negro y Mar de Azov desde Crimea. Una estrategia histórica que se repite ahora en el siglo XXI, pero que ya se ideó con la creación del Gran Imperio Ruso y la invasión de este territorio clave por las tropas zarinas, que derrotaron en 1783 a los tártaros, pertenecientes al Imperio Otomano.

La madre Rusia siempre ambicionó su expansión hacia el sur, para tener salida al mar y hacerse con todos los territorios de un Imperio turco con “pies de barro”. En ese cruce de intereses geopolíticos, se produjo entre 1853 y 1856 la olvidada Guerra de Crimea, entre el Imperio Ruso del Zar Nicolás I y la alianza de estados – Francia, Gran Bretaña, Imperio Otomano y el Reino de Piamonte – Cerdeña. Una contienda destripada en una serie de cruentas batallas, en las que se escenificaron históricas cargas, como la de la Brigada Ligera de Balaclava, y que supuso la muerte de más de 220.000 soldados, entre ellos gran cantidad de españoles carlistas, que se habían alistado en la Legión Extranjera francesa, tras haber luchado en las guerras carlistas españolas y haber tenido que exiliarse en el país galo en su huída. Con la Revolución Rusa de 1917, Ucrania se convirtió en una de las Repúblicas Socialistas que conformaron la Unión Soviética (URSS), lo que no evitó conatos de violencia, como las expulsiones de la etnia tártara de Crimea por Stalin en 1954, por haber colaborado con los nazis durante la II Guerra Mundial. Con la disolución soviética en 1991, las disputas sobre Crimea se intensificaron, adquiriendo aquélla un estatus autónomo, que mantiene hoy en día.

La historia nos muestra un conflicto latente ruso – ucraniano que explica en gran medida lo que está ahora ocurriendo. No se ha producido hasta ahora una invasión rusa, precisamente porque el gobierno ruso siempre ha tenido el control del país, a través de los distintos presidentes ucranianos. Pero ahora que Ucrania pretende convertirse en un nuevo estado europeo, Rusia ve peligrar sus intereses y estabilidad, su influencia en la zona, y no está dispuesta a tolerarlo.

Mientras aún humean los rescoldos de las masivas revueltas de los opositores al gobierno en Kiev y se entierran los muertos, los orines de las cinco activistas de Femen, aún manchan la foto del rostro del opulento Yanukovich, frente a la embajada ucraniana en Paris. Los ucranianos, castigados por su particular crisis económica y política, quieren ser europeos, pero su revolución ha despertado un gigante dormido. Ahora veremos como se pueden controlar los acontecimientos, si la política internacional puede negociar una solución sin pegar un tiro. Esperemos que no tenga que intervenir la OTAN y que todo sea una simple demostración de fuerza. Rusia sigue siendo una gran potencia, con uno de los ejércitos y arsenales nucleares más potentes a escala planetaria. Ha estado tanteando su papel internacional en diversas cumbres y ha medido silenciosamente su fuerza bélica con Estados Unidos, utilizando como pretexto conflictos como la guerra civil Siria, y ha hallado debilidades que ahora pretende explotar.

Esperemos por el bien de Europa, de todos en general, que las tensiones desaparezcan en aquellas frías tierras y que no se produzca ningún tipo de conflicto internacional o interno. Ucrania puede ser el detonante de una guerra a gran escala, independientemente de la deriva de su revolución en una posible guerra civil, al estilo de las guerras de la antigua Yugoslavia. Deseo, la verdad, que la cordura se imponga, y evitemos con ello que la sombra de la guerra vuelva a asolar de nuevo el corazón de la vieja Europa. Las guerras y las crisis siempre nos acechan, y es francamente una pena que en el siglo en el que vivimos aún no hayamos aprendido la lección.

“Preferiría la paz más injusta a la más justa de las guerras”. Cicerón ( 106 a.C – 43 a.C ).

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