La locura del Rey Jorge

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José Antonio Ortega | Periodista y escritor

Tratándose de quien se trata ya nada o casi nada de lo que diga o haga me sorprende. Lo que no quiere decir que me sea indiferente, ni muchísimo menos. Lo he dicho en infinidad de ocasiones. Hay gestos, miradas, movimientos, acciones que lo queramos o no a todos nos delatan. Me viene a la memoria, por ejemplo, la cara de Rajoy cuando en 2009 le preguntaban por Bárcenas. Aunque en lo que se refiere a quien va a ser blanco de mis críticas en las líneas que siguen la cosa es digna de estudio. Cada día me inclino más a pensar que, si bien tiempo ha quiso ser torero, ya en su subconsciente, y probablemente desde crío, se abría paso la convicción de haber nacido para alcalde de su pueblo. Estoy hablando como ya se habrán podido imaginar ustedes del señor don Jorge Romero, a la sazón, primer edil del municipio barreño. No tanto por mérito propio como por demérito de los contrarios. Sin que suponga esto que digo un intento por restarle valor a su capacidad para ganarse el voto de la gente, ya sabemos muchos cómo, por cierto.

No se preocupen. No voy a llevar a cabo un inventario de las decisiones e iniciativas que en lo político, lo económico, lo laboral o lo administrativo ha adoptado el susodicho desde el 11 de junio de 2011 hasta la fecha. Únicamente voy a centrarme en un último detalle del que acabo de tener conocimiento y que es suficientemente revelador de la personalidad del sujeto.

Por lo visto, resulta que el hombre ha mandado cambiar la decoración de la sala de espera anexa a su despacho y ha sustituido los cuadros con motivos varios que colgaban de la pared por los diplomas enmarcados de los cursillos que en materia de administración local ha tenido la oportunidad de realizar desde que es alcalde. Y, si no se lo creen, no tienen más que comprobarlo ustedes mismos efectuando una visita a la Casa Consistorial y subiendo al segundo piso del edificio.

Nuestra primera autoridad municipal ha transformado la alcaldía en una especie de consultoría particular o bufete. Algo que me causa menos indignación que risa, pero que, en cualquier caso, me parece como mínimo censurable. Un conocido no falto de ironía que me ponía al corriente del tema, antes de que éste se publicase en prensa, me decía el otro día con mucha guasa: “Ortega, sólo falta que en la puerta de esa segunda planta pongan un letrero que diga algo así como: Romero, Andrades & Asociados”.

Admito que todo esto que les cuento no pasaría de la pura y mera anécdota –aunque, eso sí, pura y mera anécdota más que significativa– si no supiéramos nada más del personaje, lo que no es el caso. Para más inri, a la par que ha ido colgando en la pared de dicha sala de espera los múltiples títulos que conforman su muy brillante, extenso y variado currículum ha ido haciendo desaparecer y acumulando en un trastero, como si de basura se tratara, las placas conmemorativas con las que colectivos y entidades han obsequiado a la institución durante los últimos 20 años en la persona de los alcaldes socialistas que le antecedieron en el cargo.

Sobran las palabras. Si a estas alturas todavía hay quien no ha calado a este regidor, singular donde los haya, seguro que terminará calándolo de aquí a 2015. Espero.

Mira por dónde acabo de acordarme de una peli cuyo título me viene que ni pintado para terminar este artículo: “La locura del Rey Jorge”. Al paso que va a mí no me extrañaría nada que antes de irse hasta deje un retrato suyo de cuerpo entero como recuerdo en el salón de juntas del Consistorio. ¿Qué se juegan?

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