La vida no sé, pero la política sí que es teatro

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José Antonio Ortega Espinosa | Periodista y escritor

Hay quien deslegitima al principal partido de la oposición a la hora de criticar al gobierno del PP por lo que hizo o dejó de hacer cuando tuvo la responsabilidad de gobernar este país. Mas convendrán conmigo en que, por esa misma regla de tres, se podría deslegitimar al actual gobierno del señor Rajoy por hacer precisamente mucho de lo que criticó en el pasado y, desde luego, por hacerlo con mucho mayor entusiasmo. Como lo de echar manos a las tijeras, por ejemplo.

La derecha no es muy aficionada a eso de cuidar la memoria, y mucho menos la histórica, pero, afortunadamente, `para eso, para que la memoria no se pierda, tenemos las hemerotecas, las videotecas y las fonotecas. Aquí parece que se ha olvidado que estos señores que ahora nos gobiernan calificaron los últimos presupuestos del ejecutivo de ZP correspondientes a 2011 como los más antisociales de la historia; pidieron, apenas hace dos años, más financiación para las comunidades autónomas y los ayuntamientos, porque toda la que se les asignara la consideraban insuficiente, y arremetieron –¡válgame Dios!– contra la reforma laboral promovida por el entonces ministro Valeriano Gómez en 2010 porque decían que abarataba el despido. ¡Qué ironía! ¿Quién los ha visto y quién los ve? Y encima todavía tienen la desfachatez a día de hoy de protestar por recortes en Andalucía como si la cosa no fuera con ellos.

Me gustó lo que le oí decir a Rubalcaba en su intervención del pasado miércoles en el debate sobre el estado de la nación asumiendo su mea culpa por no haber hecho lo suficiente o lo más acertado en un problema como el de los desahucios. De sabios es rectificar, aunque sea demasiado tarde, y don Alfredo está en ello, lo que es de agradecer. El secretario general del PSOE ha sido y es lo que se llama un estadista. Amortizado, tal vez, pero un estadista, a fin de cuentas. De otros no estoy yo tan seguro que se pueda decir lo mismo. Aunque reconozco que no soy en absoluto imparcial, ni lo pretendo, haciendo dicha afirmación.

Claro que para ironía la de Rajoy hablando de no sé qué mejora de la imagen de España en el exterior ante nuestra cámara de representantes. ¡Cuando no hace ni siquiera tres semanas asistíamos al patético y triste espectáculo de esa rueda de prensa en Alemania junto a Merkel en la que se veía obligado a responder, muy a su pesar, a preguntas sobre el escándalo Bárcenas! Preguntas que, por cierto, todo hay que decirlo, no permitió ni ha permitido todavía que aquí le planteen los medios. Si no fuera porque la expresión de su rostro no suele dejar lugar a la duda y casi siempre le delata, uno opinaría que hasta se cree lo que dice.

A veces no puedo evitar pensar que esta gente que manda y dirige nuestros destinos nos toma a la mayoría por tontos. Ya sé que es ésta una impresión un tanto simplista, pero una impresión, en todo caso, de la que resulta difícil sustraerse y no falta de base y fundamento. Si no, no se explica que nos cuenten lo que nos cuentan. Y más aún algo así como que nuestra imagen mejora fuera, ¡con la que está cayendo! La monarquía en entredicho, como no lo había estado nunca antes, la pobreza y el paro creciendo a diario y la corrupción campando a sus anchas donde quiera que uno mire. Igual se suponen que la gente no ve el telediario, incluso el de la Primera, no lee los periódicos, ni oye la radio.

Hay quien alguna vez ha comparado el Congreso de los Diputados con un circo. A mí me recuerda a un teatro, y no precisamente el gran teatro del mundo, en el que cuando no se recrea algún acto de la tragicomedia nacional le toca el turno a otro de la europea, si no de ambas, como esta semana ha sucedido.

La vida no sé, pero la política es pura farsa.

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