Los Peligrosos Disruptores Hormonales

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Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

Como todas las cosas importantes de la vida, el origen y evolución de los llamados disruptores endocrinos ha pasado siempre desapercibido a nuestros ojos, quizá más acostumbrados a bagatelas y trivialidades, a guerras bizantinas que a nada nos conducen, nada más que a quedarnos ciegos. Diariamente seleccionan por nosotros las noticias que merecen llamarse como tales, para que como autómatas, hablemos de ellas, sin ser conscientes del dominio de la falacia, sin tener en cuenta la frugalidad de nuestro transcurrir vital, en la obsesiva moda de crítica borreguil que llena nuestros días. Pero las grandes noticias, esas que tienen recorrido, presente, pasado y futuro, esas que nos están costando la vida, que deberían importarnos porque ponen un gran interrogante a nuestro futuro y merecen subrayarse hasta el final, esas, parece que no importan, que no van con nosotros, que no existen.

Todos somos conscientes de que el hombre por primera vez en las eras geológicas está llevando al límite la vida sobre el planeta, la climatología, la pervivencia de todos los seres vivos y los ciclos de la naturaleza que nos dan vida y sustentan, pintados en las paredes de cavernas, cuyo significado hemos olvidado. Dentro de este cóctel molotov de mierda química – largo de explicar y con muchas víctimas por el camino -, están los efectos perniciosos que producen los derivados de los hidrocarburos y demás productos químicos, que de forma endógena y/o exógena están afectando a toda la vida en el planeta, y de los cuales no somos ajenos. Como las matrioskas rusas, hemos olvidado que nuestra existencia se encierra dentro de un frágil universo, encerrado a su vez dentro de otro mayor y así sucesivamente. Cada ser vivo depende a su vez de otro u otros, y todos a su vez formamos parte de un todo efímero, que está ligado a nosotros, a cada eslabón y ser que conforma la cadena de la vida, en todas sus infinitas formas. Los disruptores endocrinos funcionan como tijeras que cercenan esa evolución vital, que no están en el guión previsto, tendiendo al estancamiento, la deformidad y la esterilidad crónica, que nos transforma en perdedores improvisados de todo y del todo.

El origen de los llamados “disruptores endocrinos u hormonales” es muy diverso. Forman parte de los componentes de plaguicidas, detergentes, plásticos,  recubrimiento de utensilios de cocina, cosméticos, limpiadores, desinfectantes, resinas sintéticas, y  muchos más. Algunos son conocidos de antaño y están en la mente de muchos, como es el caso del DDT y sus derivados, plaguicida muy utilizado en el pasado, y que fue prohibido en los años 1970, aunque sus efectos aún perduran en el cuerpo y generaciones de los que se expusieron a sus efectos. Otros son compuestos menos conocidos, pero mucho más utilizados, como ocurre con el bisfenol A presente en resinas sintéticas y subproductos plásticos; los ftalatos, que se han utilizado en plastificadores o para ablandar el plástico de chupetes, biberones y mordedores para bebés; ó los parabenos, ampliamente utilizados en cosmética y farmaceútica, cremas, champús, bronceadores, dentífricos, lubricantes sexuales y aditivos alimentarios, entre otros muchos productos.

Las sustancias químicas que contienen disruptores endocrinos se cuentan por miles y podía ser objeto de una tesis. Están en nosotros, en todo lo que nos rodea, en nuestros objetos de uso cotidiano, en pesticidas, bifenilos policlorados (PCBs), dioxinas y aditivos plásticos o sintéticos, en los tejidos, así como en los materiales de construcción, plásticos, juguetes, envases o productos cosméticos… . La lista es interminable, pero definen nuestro estilo de vida insostenible y depredador. Y lo peor es que para poner la guinda del pastel, no sólo nos rodean, han entrado en nuestras entrañas a través de la cadena alimentaria. Ni los científicos saben cuántos son y tampoco saben aventurar que efectos perniciosos pueden provocarnos. Lo cierto es que el problema es más serio de lo que muchos podrían llegar a imaginar. Tanto la OMS como la ONU, han creado unas comisiones de expertos para estudiar el impacto de estos compuestos sobre la salud humana y permitir con ello adoptar  normativas y medidas  legales para limitar o prohibir su uso.

La evolución tecnológica que propicio la industria química se está volviendo contra nosotros. Con un avance sigiloso, pero constante, los disruptores hormonales bloquean la acción hormonal, modifican su síntesis o simplemente sustituyen nuestras hormonas, ocupando como un virus informático su lugar y funciones, alterando el organismo, la salud e incluso nuestra conducta. Además son sustancias bioacumulables, transmitiéndose de padres a hijos, lo que pone en serio peligro la salud de las nuevas generaciones. Se están intentando atajar sus efectos, y prueba de ello es que los parabenos, que se utilizaban hasta ahora para todo – como la sal en la comida – se han prohibido. Otro tanto ocurrirá con el bisfenol A que lleva camino de restringirse o prohibirse actualmente en la Comunidad Europea, al estar presente en multitud de alimentos u objetos como conservas y botellas de plástico de refrescos y bebidas, e incluso en las tetinas de chupos y biberones. Forman parte de nosotros, de nuestro estilo de vida y nuestra “alimentación veneno”, matándonos lentamente e idiotizándonos como nunca.

Los últimos estudios evidencian que los disruptores hormonales – los mismos que provocaban deformaciones e infertilidad en aves, anfibios, cetáceos y demás vertebrados – están provocando en las personas infertilidad; problemas endocrinos y reproductivos; pautas de feminización en varones y masculinización en mujeres; disminución en la calidad y cantidad de semen; asma infantil; canceres de todo tipo – especialmente de mama, testículos y próstata; malformaciones; diabetes y enfermedades cardiovasculares; incluso estudios recientes evidencian la relación directa de estos compuestos químicos con el aumento de enfermedades mentales o la gran cantidad de niños que nacen con trastornos neurológicos tales como el autismo. La especie humana se está cavando su propia tumba. Carece de la experiencia evolutiva con estos compuestos sintéticos impostores que le ha costado conseguir con los naturales presentes en los vegetales. Hemos abierto la Caja de Pandora de estas hormonas que imitan o sustituyen las nuestras con efectos nada halagüeños para nuestro organismo y nuestra descendencia. La acción de estos estrógenos químicos está provocando una infertilidad y una dificultad de engendrar sin parangón, incidiendo en nuestra salud y demografía a escala planetaria.

Nadie sabe como parar los “efectos colaterales nocivos” de estos químicos que ingerimos y llenan nuestra tecnificada existencia, como tampoco nadie sabe todavía qué cantidades de sustancias químicas disruptoras endocrinas son suficientes para conllevar peligro para el ser humano, pero sólo tenemos que echar un vistazo a los seres vivos que nos rodean, para entender el precio tan alto que están pagando y vamos a pagar todos nosotros por nuestro estilo de vida. Estudios recientes advierten que las exposiciones menores tienen más efectos nocivos a largo plazo que una exposición alta, paradójicamente.

Ya en 1962 Rachel Carson con su libro “Primavera Silenciosa” dio el primer aviso sobre el carácter nocivo de estos productos químicos artificiales, difundidos por todos los rincones de nuestro planeta. Aquel libro marcó un hito, presentando pruebas evidentes del impacto de dichas sustancias sintéticas en aves y demás fauna silvestre. Pero hasta ahora no se habían advertido las plenas consecuencias de esta insidiosa invasión, que está trastornando el desarrollo sexual y la reproducción, no sólo de numerosas poblaciones animales, sino también de los seres humanos. Como dijo Rachel Carson en su obra, “nuestro destino está ligado al de los animales”, no lo olvidemos. Tendemos a centrarnos en lo que nos hace únicos frente al resto de seres, sin darnos cuenta que estas diferencias son mínimas, frente al todo que nos une y compartimos con el resto de seres vertebrados. Si éstos padecen por culpa de estos compuestos químicos, debemos ser conscientes que nuestras vidas están tan en riesgo como las suyas.

Tras la obra de Carson, Theo Colborn, Dianne Dumanoski y Pete Myers con su libro “Nuestro Futuro Robado” – 1997, dieron una vuelta de tuerca a este problema, pues no sólo evidenciaron los efectos perniciosos de estos compuestos, siguiendo la pista de defectos congénitos, anomalías sexuales, fallos reproductivos, anormalidades y dolencias de todo tipo, sino que también denunciaron el “negocio millonario químico” que se esconde tras estas nocivas sustancias. Hoy es una realidad irrefutable que nuestra economía industrial ha esparcido contaminantes químicos por toda la biosfera, desde los polos hasta el Ecuador, desde los monocultivos hasta nuestro hígado. Habrá quien piense que todo es una nefasta casualidad y habrá quien piense que todo deriva de una conspiración generalizada y un plan preconcebido, pero lo cierto es que la realidad es la que es y ya nos salpica la cara. Los disruptores hormonales están ahí formando parte de nuestra vida, de un todo con su conjunto y circunstancias. Inciden en el medio ambiente, en la flora y fauna, en nuestra natalidad y enfermedades, incluso determinan nuestras imprudentes conductas, acechando como lobos nuestras futuras generaciones sin darnos tregua; siempre al borde de la “genialidad científica”, siempre al filo de la estúpida idiotez generalizada y generacional.

Miren Ustedes, no están de acuerdo en que esta noticia sí que merece llamarse como tal: Es importante, nos habla de un futuro no muy lejano, forma parte de nuestra piel, mesa y lecho, es algo a tener en cuenta por las generaciones futuras y encima no sale en los telediarios… quien da más.

“Esta mezcla combustible de ignorancia y poder, tarde o temprano va a terminar explotando en nuestras caras”. Carl Sagan (1934 – 1996).

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