M. Rajoy versus E. Aguirre


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José Antonio Ortega | Periodista y escritor

Si yo fuera Rajoy, no me fiaría de quienes a diario tengo al lado. Y menos aún de aquéllos que más me doren la píldora. No me fiaría de ningún ministro del gabinete. O de casi ninguno. Por no fiarme, no me fiaría ni de mi mismo. En política más que en ningún otro ámbito de la actividad humana, probablemente, se prodiga mucho lo de la puñalada trapera. El peor enemigo de nuestro actual presidente del gobierno no es el PSOE. Ni IU ni ningún otro grupo de la oposición. Tampoco Cayo Lara, Artur Mas o Rubalcaba, por citar a algunos de los rivales que más podrían provocarle dolores de cabeza. Ni siquiera Bárcenas. ¿Quién lo diría? Su peor enemigo es la señora Doña Esperanza Aguirre, que clama al cielo todos los días, por la mañana, por la tarde y por las noches también, para quitarse de en medio a don Mariano y postularse a fin de sustituirlo al frente de los populares, en tanto Aznar le ayuda en lo que puede.

Sus ambiciones no se vieron colmadas siendo presidenta de la Comunidad de Madrid y parece que la ocasión se la pintan calva. Después de todo, las desavenencias entre ambos vienen de lejos. Desde antes de aquel decimosexto congreso nacional celebrado en Valencia. ¿Quién sabe? Lo mismo lo del accidente en el helicóptero que ambos sufrieron fue todo un montaje para darle al hombre un susto de muerte. ¡Y digo que si se lo dieron! Normalmente, el peligro dentro de la casa de uno suele ser más de temer que el peligro que pueda acechar fuera. Frente al de la calle toma uno sus precauciones, pero bajo tu techo lo habitual es que te pille desprevenido. Eso sí, a menos que se sea algo así como un Salman Rushdie o un capo de la Cosa Nostra arrepentido y hayan puesto precio a tu cabeza hasta los tuyos.

No son pocos los que, desde que se destapó el tema de los papeles del extesorero del PP, miraron con recelo hacia la que hasta hace no mucho fuera presidenta de Madrid. Hay quien piensa – en mi opinión, con motivos sobrados– que la señora Aguirre es la que está detrás de este feo asuntillo. Y hay quien interpreta, además, el abandono de su cargo al frente de la presidencia de la comunidad madrileña dentro de ese contexto. Bien como paso previo, a iniciativa propia, dentro de su hoja de ruta hacia el anhelado liderazgo del partido en el gobierno. O bien porque el propio Rajoy le presionó para que se largara y ella le hizo caso, reservándose –eso sí– su derecho a, tarde o temprano, pedirle cuentas.

Sea o no exactamente así la cosa. Lo que nadie puede poner en duda es lo sospechosamente animada que se le ve últimamente a la señora y cómo saca pecho exigiendo explicaciones y responsabilidades cual si fuera la única y auténtica adalid que combate la corrupción entre los suyos. Algo que seguro que no se cree ni ella, por cierto. Aunque se presente ante los medios como si poco menos que de la Inmaculada Concepción se tratara. O como si en Madrid no hubiera habido nunca ninguna clase de chanchullo ni escándalo, la trama Gurtel no hubiera existido y el AVE no parara en Yebes, provincia de Guadalajara.

Puede que haya quienes lo han olvidado, pero la que ahora –haciendo honor a su nombre– parece aspirar a convertirse en la nueva esperanza de un PP muy tocado ya se mostró en el pasado poco escrupulosa en lo que a montar tejemanejes se refiere. No hay más que recordar la historia del llamado “tamayazo”.

Para mí que, como Luis El Cabrón y Pedro J. sigan apretando las tuercas, en breve vamos a tener nuevo inquilino en La Moncloa. Atentos a Gallardón o a Sorayita. Si es que no hay por ahí un tapado o una tapada aguardando su turno. Y nuevo jefe –o jefa debería decir, para ser más exacto– al frente de los “peperos”.

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