Podemos


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José Antonio Ortega | jaortega@jaortega.es - www.jaortega.es

“Podemos”, el movimiento liderado por el joven y conocido profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense Pablo Iglesias Turrión, ha irrumpido en el escenario político de este país en una coyuntura que no le podía ser más favorable. Una situación de crisis institucional, social y económica como no se conocía desde mediados de los 70, cuando el franquismo emitía sus últimos estertores y un nuevo régimen, el actual, empezaba a fraguarse. Es decir, desde los tiempos de la transición de la dictadura a esta democracia nuestra que, con sus luces y sus sombras, ha funcionado relativamente bien –creo– y nos ha sido y nos sigue siendo útil, por mucho que la pongamos en entredicho.

Nadie sabe con certeza que será de esta nueva fuerza política en ciernes. Si será flor de un día o si tendrá continuidad y cobrará mayor protagonismo en la vida pública, como presagian los resultados obtenidos en las pasadas elecciones europeas y vaticinan también para próximas citas con las urnas las encuestas. Lo que no sería de extrañar, a tenor de cómo regalan el oído y muy en especial a la gente que precisamente más le urge y más lo necesita.

Pero lo que sí se sabe, y, si no se sabe, sí que se puede augurar, es que a medida que el colectivo gane adeptos, se estructure y logre cotas de poder y de capacidad de decisión en la administración del estado, empezarán los problemas. Acuérdense de lo que les digo. Aunque no creo que vaya a hacer falta. No creo que vaya a ser falta que se acuerden, quiero decir. Porque resulta que Iglesias y compañía, según referían la pasada semana algunos medios, ya han tenido sus más y sus menos en cuanto se han puesto a elegir una dirección encargada de preparar lo que será para ellos algo así como su primer congreso constituyente.

En todas las organizaciones, incluso las que puedan considerarse modélicas, hay follones. Esto es cosa inevitable. El conflicto forma parte de la existencia. Y en lo que se refiere a la existencia en sociedad ya ni les cuento. Cada vez que hablo de este tema me viene a la memoria una frase que le he oído pronunciar infinidad de veces a mi padre. “Si dirigir y poner de acuerdo a una familia de cuatro o cinco miembros es difícil, qué no será hacerlo con un pueblo, comunidad o nación”. Una reflexión ésta que se diría insustancial pero que, en realidad, está llena de sabiduría, porque formula en versión de andar por casa y entendible para todo el mundo una de las cuestiones esenciales que constituyen el objeto de estudio de la Sociología desde sus inicios.

Así que si yo fuera uno de los líderes de “Podemos” no me las prometería muy felices. Me atrevo a pronosticar que, si el movimiento no se disuelve en los próximos años, una vez convertido en partido de masas tendrá parecidos problemas a los que hoy tienen la mayoría de los partidos europeos.

En cualquier caso, y ocurra lo que ocurra, el salto de estos neófitos a la actividad política puede resultar beneficioso. Siempre que sepan contener el ardor revolucionario y canalizarlo. Aun cuando no puedan desvincularse del todo de la demagogia de la que hacen gala. Por aquello de que incluso la demagogia, aunque peligrosa, es necesaria. Al menos tan necesaria como la utopía.

Seguro que se contagiarán de los vicios de las formaciones políticas tradicionales, a poco que se ejerciten y entren en el juego junto a ellas, pero también es probable que obliguen a dichas organizaciones a airearse y regenerarse, esto es, espabilarse, para competir, si no quieren perder terreno.

A fin de cuentas, nunca hay mal que por bien no venga.

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