se equivocó la paloma…


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Manuel Ramírez Tocón | Articulista

Cuantos pájaros han equivocado desde entonces su vuelo o su hoja de ruta. Aquella que confundió la calor con la nevada era un alma en pena comparada con los carroñeros que confundieron el latido de un pueblo con el réquiem por el difunto donde clavar sus garras afiladas por el instinto necrófago del que tiene por único oficio subsistir sin obrar y enriquecerse.

Imagino que el genial Albertí buscaría sus musas mirando al horizonte oceánico y siendo testigo del fastuoso ocaso que le brindaba la mar, el mar, ¡solo la mar!. Al humilde escribano que ocupa su tiempo libre con el derrame de estas letras de forma difícil de calificar, no se le acercan musas sino musarañas cuando intenta describir el espectáculo ante el que se encuentra cuando, con pies en la arena, se asoma a las aguas de nuestra bahía.

Seguro que existió un pasado donde el turquesa, el añil y toda la gama de azules se podía contemplar desde el áureo de la fina arena de nuestras playas. Hoy, las piedras de los diques, el oxido chirriante, el gris del humo y el negro del futuro es el paisaje que nos llena de sentimientos para escribir la necrológica que nos llena de pacientes los servicios de cronología comarcales, de azul las azoteas y de nóminas los bolsillos.

Se equivocó la paloma, decía Rafael. No marinero, no se equivocó, solo cambió su rumbo. En ningún momento quiso ser gaviota para vivir en la Isla. Ella vino a a anidar en nuestros humedales, en nuestra marisma, en nuestras calles y no gustando el intrusismo destructivo buscó la ruta del poniente donde el color vive y se transforma a diario de un naranja intenso a un negro de lentejuelas ante el espejo de la mar, el mar, ¡solo la mar!.

Sinceramente creo que nunca es tarde para cambiar de rumbo, ya nos hemos equivocado bastante de jóvenes cuando creímos que su falda era su blusa y metimos manos en los bajos de un paraíso. Desde ese momento atentamos contra la virginidad de nuestra ensenada natural introduciéndola en una carrera irreflexiva hacia su senilidad artificial.

“Ella se durmió en la orilla y tu, en la cumbre de una rama”

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