Toda la vida de Dios ha habido ricos y pobres

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José Antonio Ortega | Periosdista y escritor

Me llamó la atención lo que le oí comentar el pasado domingo al ministro de Asuntos Exteriores en El Objetivo, el nuevo programa de Ana Pastor, en la Sexta TV. Para defender la marca España presumió el hombre de que el nuestro es el primer país de Europa, y el segundo del planeta, en cuanto a kilómetros de vía férrea para trenes de alta velocidad. ¿Alguien se podía imaginar que esto fuera posible hace tan sólo 20 años? Y presumió también de nuestro sistema de atención sanitaria, incluso a pesar de los recortes. El tercero del orbe civilizado en cobertura y calidad vino a decir, aunque con otros términos, sin morderse la lengua.

He aquí una de las causas de nuestra deuda pública –no más elevada que la que arrastran los principales países europeos– y he aquí igualmente parte de la herencia de la que el Gobierno de don Mariano Rajoy tanto se ha quejado hasta la fecha. Como ya he afirmado en alguna otra ocasión al referirme a este mismo asunto, para evaluar la economía de un estado no sólo se ha de mirar hacia lo que debe como tal, sino también hacia lo que posee. En esto tenía y tiene el señor ministro más razón que un santo.

¡Qué lástima que algunos de los que son sus compañeros de filas, tanto en su partido como en el ejecutivo, no hubieran defendido tales ideas en el exterior con igual ahínco cuando hace dos, tres y cuatro años estaban en la oposición! Tal vez otro Margallo nos hubiese cantado. O quizá no. ¡Y qué lástima que argumentos de ese tenor no hayan pesado, o no, al menos, lo suficiente, a la hora de echar mano a las tijeras para ajustar el presupuesto!

Para mí que el problema no está ya tanto en el legado que el actual gobierno recibió sino en el que entregará al que le sustituya como continúe por la actual senda. Aun siendo consciente de que el progreso nunca es lineal, hace no mucho se veía como algo poco probable el riesgo de una involución. Tanto que incluso la propia palabra –¡qué ingenuidad la nuestra!– sonaba a algo así como tema de novela o película futurista made in Hollywood. Tal era el optimismo reinante. Sin embargo, ya ven, nada más lejos de la realidad. A juzgar por lo que en el último lustro ha venido y viene ocurriendo, con la crisis como pretexto. La cosa está pasando de castaño a oscuro y vamos para atrás, como los cangrejos, o como “la perala”, que diría mi abuela.

Regresamos a aquellos tiempos en los que estudiar en la Universidad era un privilegio reservado a los hijos de familias acomodadas. A aquella época en la que para encontrar trabajo había que irse a Alemania. A aquellos años en los que abortar era un lujo que se podían permitir sólo las muchachas de bien, es decir, de clase media alta. A aquellos días en los que los niños tenían que estar con los niños y las niñas con las niñas en las escuelas y para aprobar debían aprenderse el catecismo de pe a pa, así como no olvidar nunca el “Ave María Purísima, sin pecado concebida”, por si acaso.

Y, ahora, para colmo, como si no nos bastara con que nos enmiende la plana una semana sí y la otra también, Merkel, la Comisión o el BCE, nos da su tirón de orejas, recomendándonos que abaratemos el despido y bajemos los salarios, el FMI. Precisamente, una de las instituciones que mayor responsabilidad tiene ante lo que ha pasado y está pasando en el mundo. Sobre todo en lo que al desbarajuste en las finanzas y el caos económico se refiere.

A este paso me temo que esta gente que maneja el cotarro no va a dejar títere con cabeza. Y no parece qué les importe un pimiento. Claro, como todos ellos gozan de sus buenos sueldos y sobresueldos, pensiones vitalicias aparte, a los demás que nos den. A fin de cuentas, toda la vida de Dios ha habido ricos y pobres –¿no? – y es inevitable que los siga habiendo.

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