Universidad y diversalidad


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Rafael Fenoy Rico | Secretario de Comunicación Educación de la Confederación General del Trabajo (CGT)

La cuestión universitaria parece no tener final en esta Europa Unida desde el Tratado de Lisboa, firmado a finales de 2007. Ahora, de nuevo, Wert mete el dedo en el ojo del estamento universitario. Como no había problemas en la España de hoy, ha pensado el Sr Ministro, de Educación, Cultura y Deportes, que debería saltar a la palestra mediática reformando la constantemente reformada universidad española. Y es que según dice machaconamente WERT, la reforma de los grados y masters, nos acerca más a Europa. ¡Como si no formáramos ya parte de esta diversa Unión Europea! Un dato para centrar la envergadura del asunto que se ha propuesto crear la voluntad ministerial: En España están funcionando 50 universidades públicas y 29 privadas. Desde 1975, donde se inicia el fin de la dictadura franquista, el número de universidades ha pasado de 17 a 79. Ante este costoso entramado universitario se pueden hacer varias preguntas: ¿Este país da para tanta oferta? ¿Qué les está ocurriendo laboralmente a quienes obtienen sus flamantes títulos? ¿Qué investigaciones tienen efecto inmediato en la revaloración de nuestro PIB?….

Por un lado se propugna el aumento de la oferta universitaria para garantizar la “libertad de elección”, sin embargo se ahorma, con intención de “homologar” la oferta universitaria de manera que las titulaciones tengan idéntico valor en cualquier país de la Unión. Sin embargo tanta homologación en las titulaciones no puede conjurar el hecho inevitable de la enorme diversidad y la diversalidad, término de la raíz latina diversitas que hace referencia a la diferencia o a la distinción entre personas, animales o cosas, a la variedad, a la infinidad o a la abundancia de cosas diferentes, a la desemejanza, a la disparidad o a la multiplicidad. En primer lugar la diversalidad hace inoperante cualquier intento formal de “homologación”, ya que el mercado laboral cada vez entiende menos de títulos y más de preparación real para el trabajo; y en segundo lugar, el acceso a la universidad está condicionado fuertemente por la desigualdad de quienes aspiran a ello. El dinero, el lugar donde se reside, la formación que se ha adquirido, las expectativas de futuro, la calidad de la información a la que se accede, no siempre pública, son elementos de esa diversalidad que hacen imposible la pretendida homologación. Por ello los estériles esfuerzos por soliviantar los ánimos de las comunidades universitarias, mediante constantes reformas, sólo consiguen eso y sólo eso. Al fin y al cabo la cuestión universitaria principal no reside en si los grados son de tres o cuatro años, y ello supone masters “complementarios” más o menos duraderos y económicamente más costosos, sino si es posible, o deseable, seguir aumentando el abanico de opciones de estudios universitarios que parecen acabar en un alto porcentaje en el desempleo más clamoroso y con serios problemas de reciclaje. Porque tenemos que incluir en la diversalidad lo difuso del presente y futuro profesional de las diversas gentes que por la universidad transitan.

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