Violencia en la Escuela, por R. Fenoy


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Esta semana un hombre, padre de unas alumnas de primero de educación secundaria, arremetió con su coche contra un profesor de sus hijas, en la puerta del Instituto. Después lo agredió en el suelo de la entrada del edificio y también “cobró” una madre de alumno que intentó mediar para evitar la agresión. Resultado: unas lesiones físicas y daños morales para los agredidos. Para la comunidad escolar de ese centro una conmoción. Para toda la ciudadanía en general una quiebra en sus esperanzas de una vida comunitaria presidida por el entendimiento y el diálogo. Para la Educación con mayúsculas un día nefasto.

Más allá de las tensiones que como humanos padecemos nuestra naturaleza inteligente nos debe advertir de las consecuencias de nuestros actos. Cada acción u omisión que protagonizamos genera una influencia en el entorno social donde vivimos y si de ellas se hacen eco los medios de comunicación entonces la zona de influencia se amplía inmensamente.

Muchas personas no alcanzan a comprender como se puede llegar a agredir a otro ser humano, sin embargo quien lo hace dejó de considerar a su víctima como tal, bastante tiempo antes de agredirlo. Incomprensible aún más cuando la relación entre agresor y víctima no es directa, es decir, ni se conocen siquiera, y las motivaciones han sido generadas de manera diferida, por personas interpuestas.

En el caso que comentamos es evidente que padres y madres reciben información de sus hijos e hijas de lo que acontece en el centro educativo. Unas veces la información tiene mucho de realidad y otras ha sido alterada por el tamiz de la fantasía o la conveniencia de quienes la relatan. Por ello antes de asumir como cierto aquello que nos cuentan nuestros hijos e hijas, siempre debemos contrastarlo. Porque no siempre todo lo que se cuenta se ajusta a lo que en realidad ha ocurrido. Este principio además, si tratamos de educación, debemos extremarlo, ya que de entrada todas las familias asumimos que en los centros educativos nuestras hijas e hijos van a recibir un trato correcto con el objetivo de conseguir que se desarrollen como personas preparadas para afrontar su vida adulta con éxito.

La violencia desatada oscurece el presente, enfriando los anhelos de quienes deseamos un mundo más humano y fraterno, animando en unos pocos corazones resentidos, el odio y la venganza. Sin embargo las relaciones sociales exigen que los comportamientos inaceptables, como son los violentos, sean duramente denunciados y quienes los protagonizan deben sentir inequívocamente el rechazo social consecuente. No es ciertamente un héroe mitológico el padre agresor, no lo son ciertamente aquellas que lo animaron, lo azuzaron y jalearon cuando se perpetraba la agresión. Siguen sus hijas asistiendo al centro educativo, cosa que debe orgullecernos porque en otros tiempos se las hubiera marginado, lo que no es de recibo que ninguno de sus compañeros “les rían la gracia” por el vil comportamiento de su progenitor. Porque si se justifica la violencia entonces estamos socialmente perdidos.

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